Al ver la fe de esos hombres Jesús dijo al paralítico: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa

Al ver la fe de esos hombres Jesús dijo al paralítico: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa

Evangelio según San Mateo 9,1-8

Jesús subió a la barca, atravesó el lago y regresó a su ciudad. Entonces le presentaron a un paralítico tendido en una camilla. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados.Algunos escribas pensaron: Este hombre blasfema. Jesús, leyendo sus pensamientos, les dijo: ¿Por qué piensan mal? ¿Qué es más fácil decir: Tus pecados te son perdonados o Levántate y camina? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados.

Dijo al paralítico: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.El se levantó y se fue a su casa. Al ver esto, la multitud quedó atemorizada y glorificaba a Dios por haber dado semejante poder a los hombres.

Comentario del Evangelio

Las palabras de Jesús tienen una resonancia extraordinaria en nuestra vida cuando las repetimos despacio, las saboreamos en la intimidad y sentimos que las pronuncia hoy para mí. “Ánimo, hijo”, nos dice, como le dijo al paralítico. Vivimos en una orfandad interior que nos condiciona y hiere. Jesús nos llama “hijo mío”, “hija mía”. Anula la distancia en que nos perdemos. Nos exhorta a la confianza: no estamos solos. Hay una relación de amor que nos sustenta. Por eso, es maravilloso escuchar el imperativo que nos dirige: “levántate”. Jesús sabe que vivimos postrados y no se conforma con ello. Nos quiere en pie, revitalizados, capaces de vivir en plenitud. Vale la pena confiar en Jesús.

Lecturas del dia

Libro de Amós 7,10-17

Amasías, el sacerdote de Betel, mandó a decir a Jeroboám, rey de Israel: “Amós conspira contra ti en medio de la casa de Israel; el país ya no puede tolerar todas sus palabras. Porque él anda diciendo: ‘Jeroboám morirá por la espada e Israel irá al cautiverio lejos de su país'”.

Después, Amasías dijo a Amós: “Vete de aquí, vidente, refúgiate en el país de Judá, gánate allí la vida y profetiza allí. Pero no vuelvas a profetizar en Betel, porque este es un santuario del rey, un templo del reino”. Amós respondió a Amasías: “Yo no soy profeta, ni hijo de profetas, sino pastor y cultivador de sicómoros; pero el Señor me sacó de detrás del rebaño y me dijo: ‘Ve a profetizar a mi pueblo Israel’. Y Ahora, escucha la palabra del Señor. Tu dices: ‘No profetices contra Israel, no vaticines contra la casa de Isaac’. Por eso, dice el Señor: ‘Tu mujer se prostituirá en plena ciudad, tus hijos y tus hijas caerán bajo la espada; tu suelo será repartido con la cuerda, tú mismo morirás en tierra impura e Israel irá al cautiverio lejos de su país'”.

Salmo 19(18),8.9.10.11

La ley del Señor es perfecta,
reconforta el alma;
el testimonio del Señor es verdadero,
da sabiduría al simple.

Los preceptos del Señor son rectos,
alegran el corazón;
los mandamientos del Señor son claros,
iluminan los ojos.

La palabra del Señor es pura,
permanece para siempre;
los juicios del Señor son la verdad,
enteramente justos.

Son más atrayentes que el oro,
que el oro más fino;
más dulces que la miel,
más que el jugo del panal.

Homilía de san Juan Crisóstomo (c. 345-407)              Animo, hijo, tus pecados están perdonados

La profesión de fe de los judíos consiste en que sólo Dios puede perdonar los pecados. Pero Jesús, ya antes de perdonar los pecados, ha revelado los secretos de los corazones, mostrando con ello que también él poseía este poder reservado a Dios… Porque está escrito: “Sólo Tú, Señor, conoces los secretos de los humanos” y “el hombre ve las apariencias, Dios ve el corazón” (2Cr 6,30; 1S 16,7)… Jesús revela, pues, su divinidad y su igualdad con el Padre dando a conocer a los escribas lo que hay en el fondo de sus corazones, haciendo públicos los pensamientos que ellos mismos no osaban declarar abiertamente por temor a la muchedumbre. E hizo esto con gran dulzura…

El paralítico hubiera podido manifestar a Cristo su decepción diciéndole: “¡Está bien! Tú has venido para aliviar otra enfermedad y curar otro mal, el pecado. Pero ¿qué prueba tendré yo que me asegure que mis pecados están perdonados?”. Pero no dice nada de eso, sino que se confía a aquel que tiene el poder de curar…

Cristo dijo a los escribas: “¿Qué es más fácil decir: “tus pecados están perdonados” o decir “levántate y anda?» O dicho de otra manera: ¿Qué os parece más fácil: demostrar su poder sobre un cuerpo inerte, o perdonar a un alma sus faltas? Evidentemente que curar a un cuerpo, porque el perdón de los pecados sobrepasa la curación en tanto que el alma es superior al cuerpo. Pero, de la misma manera que una de estas obras es visible y la otra no, yo voy a realizar la obra visible y más pequeña, a fin de dar prueba de la que es más grande e invisible. En este mismo instante Jesús, a través de sus obras, da testimonio de que él es “el que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29).

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