A vino nuevo odres nuevos

A vino nuevo odres nuevos

Evangelio según San Marcos 2,18-22

Un día en que los discípulos de Juan y los fariseos ayunaban, fueron a decirle a Jesús: ¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacen los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos? Jesús les respondió: ¿Acaso los amigos del esposo pueden ayunar cuando el esposo está con ellos? Es natural que no ayunen, mientras tienen consigo al esposo. Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.

Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más grande. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!

Comentario del Evangelio

Con Jesús comienza un tiempo nuevo

Tenemos que estar a la altura de ese tiempo. No nos podemos comportar tomando como norma el legalismo o la mera tradición. Jesús marca el comienzo del reino de Dios en la historia y eso tiene necesariamente consecuencias para nuestra forma de vivir. El Señor nos pide que seamos odres nuevos. No tengamos miedo de la novedad que nos trae Jesús ni de lo que nos exige. La osadía del cristianismo profético, el riesgo de la creatividad pastoral, la capacidad para caminar por sendas nuevas han sido las llamadas del papa Francisco para este tiempo de la Iglesia. Vale la pena comprometerse más a fondo con esto.

Lecturas del  día

Primer Libro de Samuel 15,16-23

Entonces Samuel dijo a Saúl: “¡Basta! Voy a anunciarte lo que el Señor me dijo anoche”. “Habla”, replicó él. Samuel añadió: “Aunque tú mismo te consideres poca cosa, ¿no estás al frente de las tribus de Israel? El Señor te ha ungido rey de Israel. El te mandó hacer una expedición y te dijo: Ve y consagra al exterminio a esos pecadores, los amalecitas; combátelos hasta acabar con ellos. ¿Por qué entonces no has escuchado la voz del Señor? ¿Por qué te has lanzado sobre el botín y has hecho lo malo a los ojos del Señor?”. Saúl le replicó: “¡Yo escuché la voz del Señor! Hice la expedición que él me había encomendado; traje a Agag, rey de Amalec, consagré al exterminio a los amalecitas, y el pueblo tomó del botín ovejas y vacas, lo mejor de lo destinado al exterminio, para ofrecer sacrificios al Señor, tu Dios, en Guilgal”. Samuel respondió: “¿Quiere el Señor holocaustos y sacrificios o quiere que se obedezca su voz?

La obediencia vale más que el sacrificio; la docilidad, más que la grasa de carneros. Como pecado de hechicería es la rebeldía; como crimen de idolatría es la contumacia. Porque tú has rechazado la palabra del Señor, él te ha rechazado a ti para que no seas rey”.

Salmo 50(49),8-9.16bc-17.21.23

No te acuso por tus sacrificios:
¡tus holocaustos están siempre en mi presencia!
Pero yo no necesito los novillos de tu casa
ni los cabritos de tus corrales.

“¿Cómo te atreves a pregonar mis mandamientos
y a mencionar mi alianza con tu boca,
tú, que aborreces toda enseñanza
y te despreocupas de mis palabras?

Haces esto, ¿y yo me voy a callar?
¿Piensas acaso que soy como tú?
Te acusaré y te argüiré cara a cara.

El que ofrece sacrificios de alabanza,
me honra de verdad;
y al que va por el buen camino,
le haré gustar la salvación de Dios.”

De la Carta Apostólicacarta apostolica san Juan Pablo II   La Iglesia, Esposa de Cristo

Las palabras de la carta a los Efesios tienen una importancia fundamental: «Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia: Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, sin mancha ni arruga… ‘El hombre abandonará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne’. Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia» (5,25-32; Gn 2,24)…

El misterio pascual revela plenamente el amor esponsal de Dios. Cristo es el Esposo porque «se entregó a sí mismo»: su cuerpo fue entregado, su sangre fue derramada (Lc 22,19.20). Es así que él «amó hasta el extremo» (Jn 13,1). El don totalmente desinteresado que supone el sacrificio de la cruz hace sobresalir, de manera decisiva, el sentido esponsal del amor de Dios. Cristo, como redentor del mundo, es el Esposo de la Iglesia. La Eucaristía hace presente y realiza de nuevo, sacramentalmente, el acto redentor de Cristo que creó a la Iglesia, su cuerpo. Cristo está unido a este cuerpo como el esposo a la esposa. Todo esto está dicho en la carta a los Efesios. Dentro del «gran misterio» de Cristo y de la Iglesia se halla introducida la eterna «unidad de los dos» constituida desde el principio entre el hombre y la mujer.

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