El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, y vio quitada la piedra que tapaba la entrada. María se quedó fuera, junto al sepulcro, llorando. Y llorando como estaba, se agachó a mirar dentro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y el otro a los pies. Los ángeles le preguntaron: “Mujer, ¿por qué lloras?”. Ella les dijo: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. Apenas dicho esto, volvió la cara y vio allí a Jesús, aunque no sabía que fuera él.
Jesús le preguntó: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?”. Ella, pensando que era el que cuidaba el huerto, le dijo: “Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto, para que yo vaya a buscarlo”. Jesús entonces le dijo: “¡María!”. Ella se volvió y le respondió en hebreo: “¡Rabuni! (que quiere decir ‘Maestro’)”. Jesús le dijo: “Suéltame, porque todavía no he ido a reunirme con mi Padre. Pero ve y di a mis hermanos que voy a reunirme con el que es mi Padre y vuestro Padre, mi Dios y vuestro Dios”. Entonces fue María Magdalena y contó a los discípulos que había visto al Señor, y también lo que él le había dicho.
Comentario del Evangelio
Quien ama no acepta perder el “amor de su alma”, lo busca apasionadamente hasta que lo encuentra y, entonces, se aferra a él para no volver a perderlo: «¿A dónde te escondiste,/Amado, y me dejaste con gemido;/como el ciervo huiste,/habiéndome herido; /salí tras ti clamando y eras ido… Buscando mis amores,/iré por esos montes y riberas;/ni cogeré las flores,/ ni temeré las fieras,/y pasaré los fuertes y fronteras» (san Juan de la Cruz). Así es el Amor de Dios por ti, un amor apasionado que no acepta perderte. Pero, ¿es así tu amor por Él?
Lecturas del día
Cantar de los Cantares 3,1-4a
Así habla la esposa: En mi lecho, durante la noche, busqué al amado de mi alma. ¡Lo busqué y no lo encontré! Me levantaré y recorreré la ciudad; por las calles y las plazas, buscaré al amado de mi alma. ¡Lo busqué y no lo encontré! Me encontraron los centinelas que hacen la ronda por la ciudad: “¿Han visto al amado de mi alma?”. Apenas los había pasado, encontré al amado de mi alma.
Salmo 63(62),2.3-4.5-6.8-9
Señor, tú eres mi Dios,
yo te busco ardientemente;
mi alma tiene sed de ti,
por ti suspira mi carne
como tierra sedienta, reseca y sin agua.
Sí, yo te contemplé en el Santuario
para ver tu poder y tu gloria.
Porque tu amor vale más que la vida,
mis labios te alabarán.
Así te bendeciré mientras viva
y alzaré mis manos en tu Nombre.
Mi alma quedará saciada
como con un manjar delicioso,
y mi boca te alabará
con júbilo en los labios.
Veo que has sido mi ayuda
y soy feliz a la sombra de tus alas.
Mi alma está unida a ti,
tu mano me sostiene.
Comentario de san Francisco de Sales (1567-1622) Jesús le dijo: ¡María! Ella lo reconoció y le dijo ¡Maestro!
El verdadero amante casi no encuentra placer en cosa alguna fuera de la cosa amada. Así “todas las cosas le parecían basura” y lodo al glorioso San Pablo, en comparación con el Salvador (Fil 3,8). Y la sagrada esposa [del Cantar de los cantares] es toda ella para su Amado: “Mi Amado es todo para mí y yo soy toda para Él. (…) ¿No habéis visto al amado de mi alma? (2,16; 3,3)
La gloriosa amante Magdalena encontró, en el sepulcro, unos ángeles que le hablaron en un tono angelical, es decir, con toda suavidad, para calmar la desazón que sentía; mas ella, al contrario, no sintió complacencia alguna ni en la dulzura de sus palabras, ni en el resplandor de sus vestiduras, ni en la gracia celestial de su porte, ni en la simpática hermosura de su rostro, sino que, deshecha en lágrimas, les dijo: “Se han llevado de aquí a mi Señor y no sé donde lo han puesto, y volviéndose hacia atrás vió a su dulce Salvador, pero en forma de jardinero, con lo que se sosegó su corazón, pues toda llena de dolor por la muerte de su Maestro, no quería flores, ni por consiguiente, jardinero. Tenía en su corazón la cruz, los clavos y las espinas, y buscaba a su crucificado. ¡Ah, mi buen jardinero! –dijo ella– si habéis plantado a mi difunto Señor como un lirio hollado y marchito entre vuestras flores, decídmelo en seguida, y me lo llevaré.”
Pero, en cuanto la llama por su nombre, exclama: “Maestro mío.” (…) Ahora bien, para mejor glorificar a su Amado, el alma anda siempre “en busca de su faz” (Sl 104,4), es decir, con una atención siempre más solícita y ardiente, va dándose cuenta de todos los pormenores de la hermosura y de las perfecciones que hay en Él, progresando continuamente en esta dulce busca de motivos que puedan perpetuamente excitarla a complacerse más y más en la incomprensible bondad que ama.