Yo soy el pan de vida

Yo soy el pan de vida

Evangelio según San Juan 6,30-35

En aquel tiempo dijeron los judíos a Jesús: ¿Y qué señal puedes darnos para que, al verla, te creamos? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Dios les dio a comer pan del cielo. Jesús les contestó: Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo. ¡Mi Padre es quien os da el verdadero pan del cielo! Porque el pan que Dios da es aquel que ha bajado del cielo y da vida al mundo. Ellos le pidieron: Señor, danos siempre ese pan. Y Jesús les dijo: Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed.

Comentario del Evangelio

Señor, danos siempre ese pan. Jesús es el Verbo, la Palabra encarnada de Dios que alimenta nuestra vida. Su Cuerpo entregado y su Sangre derramada prolongan su presencia salvadora en cada Eucaristía y sacian nuestra hambre y nuestra sed. A veces ponemos a prueba a Dios y queremos certezas milagreras. Pero la señal del cielo, la más inequívoca que hayamos recibido jamás, es Cristo mismo: Cristo Palabra y Cristo Eucaristía. Sólo Él colma nuestra vida y la ancla en el sentido último. Que nunca nos falte este alimento del cielo.

Lecturas del día

Libro de los Hechos de los Apóstoles 7,51-60.8,1a

Esteban decía al pueblo, a los ancianos y a los escribas: ¡Hombres rebeldes, paganos de corazón y cerrados a la verdad! Ustedes siempre resisten al Espíritu Santo y son iguales a sus padres. ¿Hubo algún profeta a quien ellos no persiguieran? Mataron a los que anunciaban la venida del Justo, el mismo que acaba de ser traicionado y asesinado por ustedes, los que recibieron la Ley por intermedio de los ángeles y no la cumplieron. Al oír esto, se enfurecieron y rechinaban los dientes contra él. Esteban, lleno del Espíritu Santo y con los ojos fijos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús, que estaba de pie a la derecha de Dios.

Entonces exclamó: Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios. Ellos comenzaron a vociferar y, tapándose los oídos, se precipitaron sobre él como un solo hombre; y arrastrándolo fuera de la ciudad, lo apedrearon. Los testigos se quitaron los mantos, confiándolos a un joven llamado Saulo. Mientras lo apedreaban, Esteban oraba, diciendo: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Después, poniéndose de rodillas, exclamó en alta voz: Señor, no les tengas en cuenta este pecado. Y al decir esto, expiró. Saulo aprobó la muerte de Esteban.

Salmo 31(30),3cd-4.6ab.7b.8a.17.21ab

Sé para mí una roca protectora,
un baluarte donde me encuentre a salvo,
porque tú eres mi Roca y mi baluarte:
por tu Nombre, guíame y condúceme.

Yo pongo mi vida en tus manos:
tú me rescatarás, Señor, Dios fiel.
Confío en el Señor.
¡Tu amor será mi gozo y mi alegría!

Que brille tu rostro sobre tu servidor,
sálvame por tu misericordia.
Tú los ocultas al amparo de tu rostro
de las intrigas de los hombres.

Comentario de san Cirilo de Alejandría (380-444)  Es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo

¡Cantad al Señor un cántico nuevo!»(Sl 95,1). Nuevo es el cántico, para que esté de acuerdo con las realidades nuevas; Pablo lo ha escrito: El que es de Cristo es una criatura nueva: lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado» (2C 5,17). Los que eran israelitas por lazos de sangre fueron liberados de la tiranía de los Egipcios gracias al mediador de aquel tiempo, el sabio Moisés; fueron liberados de la faena de ladrillos, de inútiles sudores… de los quehaceres terrestres, de la crueldad de los vigilantes, de la dureza inhumana del Faraón. Atravesaron el mar; en el desierto comieron el maná; vieron cómo el agua brotaba de la roca; a pié enjuto pasaron el Jordán; fueron introducidos a la Tierra prometida.

Ahora bien, para nosotros todo esto ha sido renovado, y el mundo nuevo es incomparablemente mejor que el antiguo. Hemos sido liberados de una esclavitud, no terrestre, sino espiritual; hemos sido liberados no de quehaceres de esta tierra, sino de la suciedad de los placeres carnales. Hemos escapado no de los capataces egipcios o del tirano impío y despiadado, hombre como nosotros, sino de los demonios malignos e impuros que incitan a pecar y del jefe de su mala raza, Satán.

Hemos atravesado el oleaje de la vida presente, como se atraviesa el mar, con su tumulto y locas agitaciones. Hemos comido el maná espiritual, el pan bajado del cielo, que da la vida al mundo. Hemos bebido del agua salida de la roca haciendo nuestras delicias las aguas vivas de Cristo. Hemos atravesado el Jordán gracias al santo bautismo que hemos sido juzgados dignos de recibir. Hemos entrado en la tierra prometida a los santos y preparada para ellos, esta tierra de la que el Señor hace memoria diciendo: Dichosos los mansos porque heredarán la tierra (Mt 5,4).

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