El más pequeño de vosotros es el más importante, dice el Señor

El más pequeño de vosotros es el más importante, dice el Señor

Evangelio según san Lucas 9, 46-50

En aquel tiempo, se suscitó entre los discípulos una discusión sobre quién sería el más importante.

Entonces Jesús, conociendo los pensamientos de sus corazones, tomó de la mano a un niño, lo puso a su lado y les dijo:

«El que acoge a este niño en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado. Pues el más pequeño de vosotros es el más importante».

Entonces Juan tomó la palabra y dijo:

«Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no anda con nosotros». Jesús le respondió:

«No se lo impidáis: el que no está contra vosotros, está a favor vuestro».

Comentario

“El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. Bendito sea el nombre del Señor”

Durante toda esta semana leemos el libro de Job. Hoy escuchamos el inicio de todas las desventuras de Job y su respuesta ante el dolor y el sufrimiento.

En la vida de todos los hombres hay momentos donde el sufrimiento se hace presente. Sólo ese sufrimiento, la prueba, manifiesta de verdad lo que hay en nuestro corazón. ¿Qué hacer? ¿Cómo reaccionar ante él?

El texto de este día nos ayudará a través del ejemplo de este hombre. La lectura podemos dividirla en dos partes. La primera es como una introducción. Nos muestra a Job, hombre rico y justo; por ello, según la mentalidad del momento, es un hombre bendecido por Dios.

En esta primera parte se nos cuenta el origen de todo lo que viene después. Dios permite la prueba desde la confianza en que Job será un hombre fiel, pese a todas las calamidades que le van a afligir.

La segunda parte nos narra toda una serie de desgracias que van, desde la pérdida de todos sus bienes, hasta la muerte de sus hijos y sus siervos. La situación para Job es, ciertamente, extrema. La naturaleza se ha aliado con la maldad de los hombres y Job pierde todo lo que poseía.

La reacción de Job es admirable. La parte final de la lectura nos muestra a Job bendiciendo a Dios con esas palabras tan definidoras de su actitud. No maldice a Dios, no protesta, no se siente castigado por Dios. Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allí. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. Bendito sea el nombre del Señor, es su respuesta a tanta desgracia.

¿Qué he hecho yo para merecer esto?

El ejemplo de Job es un modelo de fe del que todos estamos necesitados. Son muchas las personas que, ante las desgracias, se preguntan: ¿qué he hecho yo para merecer esto? Curiosamente solo suele hacerse ante la adversidad, nunca ante los acontecimientos positivos de la vida. Job manifiesta una fe profunda en Dios y para nada lo acusa de ser la causa de sus males.

Cuando nuestra vida discurre sin incidentes negativos es fácil mantener nuestra fidelidad a Dios. Cuando todo se tuerce surge el interrogante: ¿por qué? La respuesta no llega con facilidad. Solo cabe, como Job, mantener la fe y seguir confiando en Dios. Comprender todo el mundo del mal no está al alcance de nuestro entendimiento. Como Job, solo nos queda seguir adelante manteniendo viva nuestra confianza en Dios. Contemplar a Cristo en la cruz es la mejor solución. Él puede y debe ser un modelo de cómo aceptar esos momentos donde la fe es puesta a prueba.

“El más pequeño de vosotros es el más importante”

Hay virtudes que hoy suscitan poco interés entre muchas personas. Dos de ellas son la humildad y la tolerancia. De esta segunda se habla mucho; todos nos confesamos tolerantes, ¡faltaría más!, aunque, a veces, más que tolerantes seamos desinteresados, indiferentes, cosa bien distinta. De la humildad –de humus, tierra- casi no se habla. Más de uno pensará que es contraproducente y se opone a la autoestima. Nada tiene que ver con ello.

Jesús, en el evangelio de hoy, nos remite a esas virtudes. La humildad no está de moda; parece que tampoco lo estaba en tiempos de Jesús.

Llevamos todos en nuestro interior deseos de tener poder, afán de que se nos reconozca, poder de decidir lo que han de hacer los demás, mandar; estar por encima de los otros. Es la razón de la discusión de los apóstoles: quién sería el más importante entre ellos.

Jesús aconseja a los suyos no tener esas aspiraciones. Al contrario, invita a ser el “más pequeño”.

El mundo invita a ser más que los demás. Se constata fácilmente. Solo, nos dice Jesús, el más pequeño ha de ser el más importante porque es pobre, porque tiene necesidad de los demás.

San Pedro parece que después de mucho tiempo lo entendió bien y lo aconsejaba así a aquellos primeros cristianos: tened sentimientos de humildad unos con otros, porque Dios resiste a los soberbios, para dar su gracia a los humildes (1 P 5,5b).

“Los nuestros”

Juan presenta a Jesús un problema: alguien que no es de los nuestros expulsa demonios y se lo hemos prohibido. Ante ello Jesús indica que a nadie que hace el bien, sea o no de los nuestros, se le puede prohibir hacerlo. Lo que importa siempre es que, con ello, se anuncie el Reino de Dios.

Este hecho nos habla de algo fundamental: de la fraternidad evangélica. Esta va más allá de grupos e ideología. No es preciso ser del grupo de Jesús o tener autoridad para hablar de Él. Lo que cuenta, siempre, no es quién habla; lo que importa es que con sus palabras o sus hechos anuncie el Reino de Dios, anuncie a Jesucristo. Jesús invita a ser tolerantes que no es otra cosa que aceptar al diferente, valorar su condición de hijo de Dios y anunciar, desde la aceptación del otro, la verdad de Jesucristo.

Hoy es un buen día para reflexionar sobre el dolor o el sufrimiento en nuestra vida. ¿Cómo lo vivo? ¿Qué me ayuda a ser fiel a Dios en esos momentos y a no perder la confianza en Él?

Recordando el evangelio podemos preguntarnos: ¿Cuándo vivo la humildad? ¿Qué nivel de tolerancia hay en mi vida respecto de aquellos con los que vivo?

Lecturas del día

Lectura del libro de Job 1, 6-22

Un día los hijos de Dios se presentaron ante el Señor; entre ellos apareció también Satán.
El Señor preguntó a Satán:
«¿De dónde vienes?».
Satán respondió al Señor:
«De dar vueltas por la tierra; de andar por ella».
El Señor añadió:
«¿Te has fijado en mi siervo Job? En la tierra no hay otro como él: es un hombre justo y honrado, que teme a Dios y vive apartado del mal».
Satán contestó al Señor:
«¿Y crees que Job teme a Dios de balde? ¿No has levantado tú mismo una valla en torno a él, su hogar y todo lo suyo? Has bendecido sus trabajos, y sus rebaños se extienden por el país. Extiende tu mano y daña sus bienes y ¡ya verás cómo te maldice en la cara!».
El Señor respondió a Satán:
«Haz lo que quieras con sus cosas, pero a él ni lo toques».
Satán abandonó la presencia del Señor.
Un día que sus hijos e hijas comían y bebían en casa del hermano mayor, llegó un mensajero a casa de Job con esta noticia:
«Estaban los bueyes arando y las burras pastando a su lado, cuando cayeron sobre ellos unos sabeos, apuñalaron a los mozos y se llevaron el ganado. Solo yo pude escapar para contártelo».
No había acabado este de hablar, cuando llegó otro con esta noticia:
«Ha caído un rayo del cielo que ha quemado y consumido a las ovejas y a los pastores. Solo yo pude escapar para contártelo».
No había acabado este de hablar, cuando llegó otro con esta noticia:
«Una banda de caldeos, divididos en tres grupos, se ha echado sobre los camellos y se los ha llevado, después de apuñalar a los mozos. Solo yo pude escapar para contártelo».
No había acabado este de hablar, cuando llegó otro con esta noticia:
«Estaban tus hijos y tus hijas comiendo y bebiendo en casa del hermano mayor, cuando un huracán cruzó el desierto y embistió por los cuatro costados la casa, que se derrumbó sobre los jóvenes y los mató. Solo yo pude escapar para contártelo».
Entonces Job se levantó, se rasgó el manto, se rapó la cabeza, se echó por tierra y dijo:
«Desnudo salí de! vientre de mi madre y desnudo volveré a él. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor».
A pesar de todo esto, Job no pecó ni protestó contra Dios.

Salmo 16, 1. 2-3. 6-7

R. Inclina el oído y escucha mis palabras

Señor, escucha mi apelación,
atiende a mis clamores,
presta oído a mi súplica,
que en mis labios no hay engaño. R/.

Emane de ti la sentencia,
miren tus ojos la rectitud.
Aunque sondees mi corazón, visitándolo de noche;
aunque me pruebes al fuego,
no encontrarás malicia en mí. R/.

Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío;
inclina el oído y escucha mis palabras.
Muestra las maravillas de tu misericordia,
tú que salvas de los adversarios
a quien se refugia a tu derecha. R/.

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