Yo soy el camino, la verdad y la vida

Yo soy el camino, la verdad y la vida

Evangelio según san Juan 14,1-6

El texto del Evangelio de hoy es esperanzador y nos debe llenar de alegría.
“Crean en Dios y crean también en mí” y “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
Cuando uno aprecia o ama a alguien y éste pasa por un problema, instantáneamente le decimos: No te preocupes. Yo te ayudo.
Mucha paz sentirá quien se siente ayudado.
Eso mismo nos dice el Señor: “No se turbe vuestro corazón”.
Él es la Paz, la Bondad, la Felicidad.
Él nos dará el consuelo necesario en los momentos difíciles de nuestra vida.
El Señor nos anima y consuela.
Es interesante lo que hace el Señor y lo dice en la Última Cena, cuando los Apóstoles debieron consolarlo y animarlo a Él.
Pero Él nunca pensó en sí mismo, siempre en nosotros.
También nos dice que Él nos preparará un lugar en el cielo.
No debemos tener miedo.
Él nos espera con los brazos abiertos en la gloria del cielo.
Para llegar allí ya sabemos cómo: “Yo soy el camino”.
Todo es positivo en la lectura de estos seis versículos.
También nosotros debemos actuar en positivo y dar ánimo, alegría y paz a tantas personas que sufren, que no le encuentran sentido a la vida, que están solas u abandonadas.
“Ánimo, Yo he vencido al mundo!”

Comentario

¡Qué bien nos hace ir terminando esta semana intentando distinguir la voz del buen Pastor! Con este tema de la voz, hay mucho para hablar, pero pensaba hoy, que creo que nos puede ayudar, que el tema de la voz no es simplemente una cuestión de distinguir sonidos, que finalmente se transforman en palabras y le dan sentido a lo que nos quieren decir, sino que, además, siempre cuando escuchamos algo, tenemos que aprender a interpretar lo que está detrás de las palabras. Y ahí está la cuestión, porque si no somos capaces de escuchar verdaderamente lo que oímos, finalmente lo único que hacemos es oír. Por eso Jesús habla de escuchar. Y en eso cada día tenemos que aprender a escuchar verdaderamente la Palabra de Dios, la Palabra de nuestro buen Pastor.

La Palabra de Dios es como una gran sinfonía, donde se escuchan diferentes tonalidades, sonidos distintos, instrumentos que forman un todo. Por eso es lindo comparar la voz de nuestro buen Pastor como una gran sinfonía, y aquel que sabe de música estará pensando que solamente sabe escuchar una buena sinfonía aquel que sabe algo de música, que sabe qué hay detrás –¿no? – de esa gran orquesta. Por eso, sigamos aprendiendo a escuchar la Palabra de Dios. Ojalá algún día podamos profundizar más sobre cómo estuvo escrita la Palabra de Dios, sobre en qué contexto se escribió y así tantas cosas que nos ayudarán alguna vez a interpretar la voz de nuestro buen Pastor. Pero vamos a Algo del Evangelio de hoy.

Un poquito metiéndonos más en este lindo texto. Sin saber de qué les estaba hablando, Tomás hizo la pregunta que muchos quisieran poder hacer y que muchos hubiésemos querido, alguna vez, encontrar la respuesta. La misma que te preguntás vos, que me pregunté yo alguna vez, que se pregunta tanta gente: «¿Cuál es el camino?». El camino de la vida, ¿cuál es? ¿Cómo conocerlo? «¿Hacia dónde vamos?», podríamos decir también. «¿Dónde va a terminar todo esto?», dirán otros. «¿Dónde iremos a parar?», dice también una linda zamba acá, en Argentina. ¿Dónde iremos a parar? Y, finalmente, ¿cómo saber cuál es el camino para cada uno? ¿Cuál es el camino, cómo conocerlo y cómo saber cuál es el camino para mí concretamente? Tantas preguntas que hice que imagino que alguna vez te habrás hecho.
Bueno, Jesús responde mostrando no solo cuál es el camino, sino cuál es la verdad y qué es la vida. Completito digamos. Completita la respuesta de Jesús. Todo lo que el hombre quiere saber en una sola respuesta, en una sola frase. Todo lo que el hombre necesita –vos y yo, aquellos que no lo conocen incluso, aquellos que andan sin sentido–, todo está condensado, por decirlo así, en una Persona; no en una idea, no en una ideología, no en una ilusión, no en un sistema económico, no en un proyecto, sino en una Persona.

El Camino, mira… sabes qué, el camino no es un lugar concreto, la Verdad no es una idea, una ideología, un concepto abstracto y la Vida no es la tuya o la mía. Es la Vida con mayúscula. El Camino, podríamos decir, empieza y no termina, la Verdad nunca terminará de comprenderse –porque no es nuestra– y la Vida nunca terminará de vivirse. ¡Qué maravilla! ¡Qué alegría! Eso es lo más lindo, ¿no te parece?, ¿lo pensaste alguna vez? Por eso Jesús nos anima a no inquietarnos, a tener fe en el Padre y en él. Como lo venimos viviendo en estos días: creer en Jesús nos inserta, nos mete, nos introduce en un Camino nuevo, nos muestra una Verdad que no deja de ser también un misterio. Algo que no termina de comprenderse, algo que se percibe, que se vislumbra, pero que no se «agarra», no se toma, no se posee, no se aferra. Y, además, nos da una Vida nueva, distinta, mejor, apasionante. Le agrega –como se dice– un plus, le agrega una inyección de amor a nuestra propia vida, que es apasionante.

Fijarse si creer en Jesús no te ayudó a que tu vida cambie de rumbo, a que tu vida encuentre una luz, una verdad diferente, a que descubras verdades que antes no veías, a que tengas más vida que antes, más ganas de vivir, de levantarte, más ganar de amar y de agrandar tu corazón, de hacerlo gigante o de, por lo menos, no tenerle miedo a la muerte. Como me pasó de hace unos días, que fui a ver a un hombre que está cercano a morir y tenía una paz inmensa, preparado para el gran paso. ¿A vos te pasa lo mismo?

Fijarse  si desde que creen en Jesús, o desde que están escuchando un poco más la Palabra de Dios, desde que lo sigues y escuchas en serio, no empezaste a caminar como quien no quiere detenerse nunca, como aquel que camina sin parar. Descansa un poquito, pero sigue, como quien sabe que pase lo que pase nada lo va a frenar, como quien sabe que a pesar de las caídas siempre puede levantarse una y otra vez, como quien sabe que ese camino siempre va a terminar bien. El final siempre va a ser el mejor. Ya sabemos el «final» de la película de la vida. Piensa qué sería de tu vida si no fuera porque tienes fe, algo de fe; no importa cuánto, sino, por lo menos, un poco de fe. Piensa qué sería de tu familia sin el sostén de Jesús, que te sostuvo en ese momento de dolor. El saber que tenemos un Camino, una Verdad y una Vida que no terminan jamás. Piensa hoy y reza con esto. Reza, por favor.

Tenemos un Camino seguro y firme, tenemos una Verdad que no engaña nunca y tenemos una Vida que da vida todo lo que toca y rodea. Todo en una Persona, todo lo que necesitamos en una Persona que vino a señalarnos el rumbo de la vida, que vino a lanzarnos –como decía san Alberto Hurtado– como un «disparo a la eternidad»; la vida de tus seres queridos también, la de los que partieron o están por partir, la de todos.

¿Qué más podemos pedir? Lo tenemos todo. Estando con Jesús vamos caminando en el mejor camino, porque él es el Camino. Entonces… ¿por qué nos inquietamos tanto por las cosas de esta vida que no podemos resolver? ¿Por qué hacemos un mundo «de lo que no es»? ¿Por qué hacemos de las tristezas algo eterno, cuando no estamos hechos para las tristezas? ¿Por qué dejamos que el sufrimiento de la vida nuble el verdadero fin de nuestro corazón? ¿Por qué dejamos que la partida de un ser querido nos angustie tanto? No se inquieten, no nos inquietemos, no nos dejemos inquietar por las cosas que pasan y nos pasan. Acudamos a él, pidamos más fe, pidamos más amor, pidamos más esperanza.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.

 

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