También fue bautizado Jesús

También fue bautizado Jesús

Evangelio según San Lucas 3,15-16.21-22

Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo: “Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.

Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección”.

Comentario

Jesús santificó el bautismo y nos ha divinizado

Jesús ha santificado el bautismo al recibir el bautismo de Juan. Si el mismo Hijo de Dios fue bautizado, ¿un hombre piadoso despreciaría el bautismo? Jesús no recibió el bautismo para el perdón de los pecados, ya que no tiene pecado. Él recibió el bautismo -sin tener pecado- para dar gracia y dignidad divinas a los bautizados. “Ya que los hijos tienen una misma sangre y una misma carne” (Heb 2,14), al participar de su presencia corporal, participan también de su gracia divina. Jesús recibió el bautismo de Juan, afín que el participar en su bautismo nos otorgue honor y salvación. (…)

Desciendes en el agua cargado de tus pecados y la invocación de la gracia marca con su sello tu alma y no permite que seas deglutido por el terrible dragón. Descendido muerto por el pecado, remontas vivificado por la justicia. Si fuiste injertado en la semejanza de la muerte del Salvador, serás considerado digno de la resurrección. Jesús ha sufrido al tomar sobre él las faltas de toda la tierra, y habiendo puesto el pecado a muerte, te resucitó en la justicia. Igualmente, descendido tú también en el agua, como sepultado en las aguas tal cómo él en la roca, resucitas “llevando una Vida nueva” (Rom 6,2). San Cirilo de Jerusalén (313-350)

Lecturas del día

Libro de Isaías 40,1-5.9-11

¡Consuelen, consuelen a mi Pueblo, dice su Dios!

Hablen al corazón de Jerusalén y anúncienle que su tiempo de servicio se ha cumplido, que su culpa está paga, que ha recibido de la mano del Señor doble castigo por todos sus pecados. Una voz proclama: ¡Preparen en el desierto el camino del Señor, tracen en la estepa un sendero para nuestro Dios! ¡Que se rellenen todos los valles y se aplanen todas las montañas y colinas; que las quebradas se conviertan en llanuras y los terrenos escarpados, en planicies! Entonces se revelará la gloria del Señor y todos los hombres la verán juntamente, porque ha hablado la boca del Señor. Súbete a una montaña elevada, tú que llevas la buena noticia a Sión; levanta con fuerza tu voz, tú que llevas la buena noticia a Jerusalén. Levántala sin temor, di a las ciudades de Judá:

“¡Aquí está su Dios!”.

Ya llega el Señor con poder y su brazo le asegura el dominio: el premio de su victoria lo acompaña y su recompensa lo precede. Como un pastor, él apacienta su rebaño, lo reúne con su brazo; lleva sobre su pecho a los corderos y guía con cuidado a las que han dado a luz.

Salmo 104(103),1b-2.3-4.24-25.27-28.29-30

¡Bendice al Señor, alma mía!
Bendice al Señor, alma mía:
¡Señor, Dios mío, qué grande eres!
Estás vestido de esplendor y majestad
y te envuelves con un manto de luz.

Tú extendiste el cielo como un toldo
y construiste tu mansión sobre las aguas.
Las nubes te sirven de carruaje
y avanzas en alas del viento.

Usas como mensajeros a los vientos,
y a los relámpagos, como ministros.
¡Qué variadas son tus obras, Señor!
¡Todo lo hiciste con sabiduría,

la tierra está llena de tus criaturas!
Allí está el mar, grande y dilatado,
donde se agitan, en número incontable,
animales grandes y pequeños.

Todos esperan de ti
que les des la comida a su tiempo:
se la das, y ellos la recogen;
abres tu mano, y quedan saciados.

Si escondes tu rostro, se espantan;
si les quitas el aliento,
expiran y vuelven al polvo.
Si envías tu aliento, son creados,

y renuevas la superficie de la tierra.

Carta de San Pablo a Tito 2,11-14.3,4-7

La gracia de Dios, que es fuente de salvación para todos los hombres, se ha manifestado.

Ella nos enseña a rechazar la impiedad y los deseos mundanos, para vivir en la vida presente con sobriedad, justicia y piedad, mientras aguardamos la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador, Cristo Jesús. El se entregó por nosotros, a fin de librarnos de toda iniquidad, purificarnos y crear para sí un Pueblo elegido y lleno de celo en la práctica del bien. Pero cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres, no por las obras de justicia que habíamos realizado, sino solamente por su misericordia, él nos salvó, haciéndonos renacer por el bautismo y renovándonos por el Espíritu Santo. Y derramó abundantemente ese Espíritu sobre nosotros por medio de Jesucristo, nuestro Salvador, a fin de que, justificados por su gracia, seamos en esperanza herederos de la Vida eterna.

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