Evangelio según San Mateo 4,18-22
Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores. Entonces les dijo:
“Síganme, y yo los haré pescadores de hombres”.
Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron.
Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó. Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron.
Comentario
Andrés, primera planta del jardín apostólico
Andrés ha sido el primero en reconocer al Señor como su Maestro, es primicia del colegio apostólico. Su mirada penetrante percibió la venida del Señor. Cambió las instrucciones de Juan por la enseñanza de Cristo, sellando las palabras del Bautista. Era el discípulo apreciado de Juan: a la claridad de su lámpara buscaba la verdad de la Luz. Bajo su tenue brillo, se acostumbraba al resplandor de Cristo.
“Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29), indicó Juan. “He aquí el que libra de la muerte, he aquí el que destruye el pecado. Yo no soy enviado como el esposo sino como el que lo acompaña. He venido como servidor y no como maestro”.
Tocado por estas palabras, Andrés se aleja de Juan y va hacia el que él ha anunciado. Comprendió el significado de ese lenguaje y su palabra deviene más filosa que la del Bautista. Avanza hacia el Señor, su deseo se refleja en su paso y, en un común caminar, lleva con él a Juan el Evangelista. Los dos dejan la lámpara y van hacia el Sol.
Andrés es la primera planta del jardín apostólico. Ha abierto las puertas de la enseñanza de Cristo. Fue el primero en recolectar los frutos del campo cultivado por los profetas. Adelantándose a la esperanza de todos los otros, fue el primero en abrazar al que todos esperaban.
Lecturas del día
Carta de San Pablo a los Romanos 10,9-18
Hermanos:
Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvado.
Con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se confiesa para obtener la salvación. Así lo afirma la Escritura:
El que cree en él, no quedará confundido. Porque no hay distinción entre judíos y los que no lo son: todos tienen el mismo Señor, que colma de bienes a quienes lo invocan. Ya que todo el que invoque el nombre del Señor se salvará. Pero,
¿Cómo invocarlo sin creer en él? ¿Y cómo creer, sin haber oído hablar de él? ¿Y cómo oír hablar de él, si nadie lo predica? ¿Y quiénes predicarán, si no se los envía?
Como dice la Escritura: ¡Qué hermosos son los pasos de los que anuncian buenas noticias! Pero no todos aceptan la Buena Noticia. Así lo dice Isaías:
Señor, ¿quién creyó en nuestra predicación?
La fe, por lo tanto, nace de la predicación y la predicación se realiza en virtud de la Palabra de Cristo. Yo me pregunto: ¿Acaso no la han oído? Sí, por supuesto:
Por toda la tierra se extiende su voz y sus palabras llegan hasta los confines del mundo.
Salmo 19(18),2-3.4-5
Resuena su eco por toda la tierra.
El cielo proclama la gloria de Dios
y el firmamento anuncia la obra de sus manos;
un día transmite al otro este mensaje
y las noches se van dando la noticia.
Sin hablar, sin pronunciar palabras,
sin que se escuche su voz,
resuena su eco por toda la tierra
y su lenguaje, hasta los confines del mundo.
Allí puso una carpa para el sol.