Evangelio según san Lucas 6, 39-42
En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola:
«¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano».
Comentario
¿No sabéis que todos los corredores cubren la carrera?
El capítulo que nos ocupa, perteneciente a la carta a los corintios, una de las cartas auténticas de Pablo, constituye uno de los textos más personales del epistolario paulino, en el que desarrolla sus renuncias por el ministerio de la predicación.
Comienza aludiendo a que la evangelización no es motivo de gloria, sino una obligación o necesidad” que le ha sido impuesta: “¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!”. Esta necesidad de Pablo de predicar recuerda a los profetas que se ven empujados vocacionalmente a predicar la palabra de Dios (Jr 20,7.9; 1 Co 9,16; Am 3,8; Jon 3,2).
Por la predicación, Pablo hace todo lo que sea necesario: esclavo, débil con los débiles, todo para todos…Pablo pone en juego su alma, su mente y su corazón en el proyecto de anunciar el evangelio de Cristo.
A partir del v. 25, el apóstol, alude la metáfora de los juegos ístmicos que se celebraban cada dos años en Istmia junto a Corinto, en el que los vencedores eran honrados con coronas de apio. El apóstol a través de un interrogante, ¿no sabéis que…?, aporta un símil en el que compara la vida de los atletas con la de los cristianos; mientras aquellos corren y se esfuerzan con toda clase de privaciones por una corona que se marchita, los creyentes de Corinto, en cambio, lo hacen por una corona que no se marchita.
Nosotros acabemos de ver también unos juegos olímpicos en los que los deportistas tras hacer grandes esfuerzos y renuncias, hay incluso, quien, esperando la medalla, se ha quedado sin ella. Esto, teniendo en cuenta la metáfora paulina, no puede dejar de interrogarnos:¿cómo te me preparo yo hoy en el siglo XXI para correr y ganar esa carrera que supone el anuncio y la vivencia del evangelio en la que tendré la suerte de tener “al final” una corona que no se marchita?
No hay árbol bueno que dé fruto malo
El texto de hoy forma parte del llamado sermón de la llanura (Lc 6, 17-49), en el que Lucas tiene en cuenta las problemáticas de las comunidades a finales del siglo I, tanto externas, como internas. El discurso se centra ahora precisamente en la conducta de los miembros de la comunidad, a través de una serie de parábolas, cada una de las cuales encierra una gran enseñanza.
La primera, la del guía ciego (39-40), es presentada con una pregunta doble: “¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?”. La respuesta a ambas podríamos darla cualquiera de nosotros. Pero ¿de quién habla Lucas en concreto? Pareciera que el evangelista se refiere a unas personas de la comunidad que pretenden ser guías (catequistas) antes de haber recibido la formación completa. Estos problemas comunitarios siembran confusión y perjudican la comunión.
La segunda, la viga y la brizna en el ojo (41-42), también se inicia con dos preguntas, la primera de las cuales es: “¿por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? Ambas marcan la desproporción y la incoherencia entre el que ve algo pequeño, una brizna, en el ojo de otro, y no ve en el propio algo grande, como es una viga. La repetición de la “palabra “hermano” nos hace caer en la cuenta de que estamos en un contexto comunitario.
La tercera (43-45) habla del árbol y sus frutos. Mientras las cualidades del árbol hacen referencia a la identidad, a la interioridad, el calificativo del fruto hace alusión a la exterioridad; más bien podríamos decir que mientras la identidad de los árboles hace referencia a la causa, la identidad de cada uno de los árboles tiene como consecuencia el carácter del fruto. No hay engaño: “un árbol bueno produce buenos frutos y un árbol malo da frutos malos”, pues entre el árbol y fruto hay una sinergia que no se puede prestar a equívocos.
Las tres parábolas constituyen una catequesis para los miembros de la comunidad que podrían responder a la pregunta: en síntesis, ¿cómo debe ser la conducta de los ciudadanos del Reino de Dios? Esa es la cuestión que el Señor pone ante ti y a la que has de responder teniendo en cuenta cada una de las parábolas presentadas.
Hoy celebra la Iglesia la memoria de Juan Crisóstomo, patriarca de Constantinopla en el siglo IV. Su sobrenombre chrysóstomos significa “boca de oro” debido a su extraordinaria elocuencia que lo consagró como el máximo orador entre los Padres griegos.
Lecturas del día
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 9, 16-19. 22b-27
Hermanos:
El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio. Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación del Evangelio. Porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles.
Me he hecho todo para todos, para ganar, sea como sea, a algunos. Y todo lo hago por causa del Evangelio, para participar yo también de sus bienes. ¿No sabéis que en el estadio todos los corredores cubren la carrera, aunque uno solo se lleva el premio? Pues corred así: para ganar. Pero un atleta se impone toda clase de privaciones; ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita. Por eso corro yo, pero no al azar; lucho, pero no contra el aire; sino que golpeo mi cuerpo y lo someto, no sea que, habiendo predicado a otros, quede yo descalificado.
Salmo de hoy
Salmo 83, 3. 4. 5-6. 12 R/. ¡Qué deseables son tus moradas, Señor del universo!
Mí alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
retozan por el Dios vivo. R/.
Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido
donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor del universo,
Rey mío y Dios mío. R/.
Dichosos los que viven en tu casa,
alabándote siempre.
Dichosos los que encuentran en ti su fuerza
y tiene tus caminos en su corazón. R/.
Porque el Señor Dios es sol y escudo,
el Señor da la gracia y la gloria;
y no niega sus bienes
a los de conducta intachable. R/.