Evangelio según san Mateo 18, 15-20
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano. En verdad os dijo que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en los cielos. Os digo, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en los cielos.
Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».
Comentario
“No toquéis a mis ungidos”
La Palabra del Señor nos regala este pasaje profético desconcertante del profeta Ezequiel, en el que podemos ver cómo Dios se ocupa y preocupa de los “marcados en la frente”, sus ungidos, no al azar, sino que son quienes se han distinguido por su fidelidad a la ley viviendo la fe de un modo coherente, doliéndose por los que sin ningún escrúpulo desprecian los preceptos del Señor, manchando y profanando la ciudad santa Jerusalén.
Ezequiel contempla cómo la gloria del Señor abandona el Santuario por los pecados de los hombres…. Dios no está sometido a ningún lugar ni espacio concreto, Él habita en el que le ama, respeta y adora, sea de la nación que sea, en cualquier lugar y circunstancia pues todo le pertenece, él es el Creador y dueño de todo.
La gloria del Señor se eleva sobre los cielos
El salmo responsorial es una llamada a alabar continuamente al Señor desde un extremo al otro de la tierra, cantando sus maravillas, sus acciones en favor de los hombres, y aunque la gloria del Señor se eleva sobre los cielos, en realidad, Él no está lejos ni se desentiende de nosotros, sino que continuamente está pendiente de todas y cada una de sus criaturas…
Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos
Hoy encontramos varias enseñanzas de Jesús. La primera es cómo debemos proceder a la hora de corregir a alguien si consideramos que ha obrado mal…. Jesús quiere que lo hagamos en privado, con delicadeza…. No desea que aireemos los defectos y fallos de los demás…, tratémoslo como deseamos ser tratados nosotros y si con esta advertencia no se corrige, entonces es cuando puede que sea necesario que el testimonio de otros hermanos propicie el reconocimiento de los errores y lleve al arrepentimiento de esta persona… Y como última instancia es la comunidad la que debe hacer caer en la verdad al hermano que se ha equivocado en su modo de proceder, buscando la plena comunión…
¡Qué valor da Jesús a la Comunidad, a la Iglesia, cuando dice ”todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo”!; por eso es responsabilidad, tarea y misión de la Iglesia – de todos los creyentes- actuar con infinita paciencia y misericordia, confiando en que la fuerza del amor y de la oración de intercesión, obrarán conforme pedimos a Dios, que siempre será lo mejor para todos y cada uno, alcanzando que la gracia triunfe aún en los corazones más obstinados…
De ahí la importancia de creer firmemente y poner en práctica otra de las enseñanzas de Jesús: “si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en los cielos”, no por nuestros méritos ni valía, sino porque con nosotros ora el mismo Cristo que nos dice “donde dos o tres están reunidos en mi Nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.
¿Vivo consciente la presencia real de Cristo en nuestras asambleas eucarísticas, en la catequesis, en nuestros encuentros de Cofradías, de Hermandades?, ¿nos reunimos en su Nombre y con Él o es mero formalismo?
Lecturas del día
Lectura de la profecía de Ezequiel 9, 1-7; 10, 18-22
Oí al Señor que exclamaba con voz potente:
«¡Ha llegado el juicio de la ciudad! Que cada uno empuñe su arma destructora».
Entonces aparecieron seis hombres por el camino de la puerta de arriba, la que da al norte. Cada uno empuñaba una maza. En medio de ellos estaba un hombre vestido de lino, con los avíos de escribano a la cintura. Al llegar se detuvieron junto al altar de bronce. La Gloria del Dios de Israel se había levantado del querubín en que se apoyaba, dirigiéndose al umbral del templo. Llamó al hombre vestido de lino, que tenía los avíos de escribano a la cintura.
El Señor le dijo:
«Recorre la ciudad, atraviesa Jerusalén, y marca en la frente a los que gimen y se lamentan por las acciones detestables que en ella se cometen». A los otros le dijo en mi presencia: «Recorred la ciudad detrás de él, golpeando sin compasión y sin piedad. A viejos, jóvenes y doncellas, a niños y mujeres, matadlos, acabad con ellos; pero no es acerquéis a ninguno de los que tiene la señal. Comenzaréis por mi santuario». Y comenzaron por los ancianos que estaban frente al templo. Luego les dijo:
«Profanad el templo, llenando sus atrios de cadáveres, y salid a matar por la ciudad».
La Gloria del Señor salió levantándose del umbral del templo y se colocó sobre los querubines. Los querubines desplegaron sus alas y se elevaron sobre la tierra ante mis ojos. Junto con ellos partieron también las ruedas y se detuvieron a la entrada de la puerta oriental del templo del Señor. La Gloria del Dios de Israel estaba por encima de ellos. Eran los mismos seres que había visto bajo el Dios de Israel junto al río Quebar, y comprendí que eran querubines.
Cada uno tenía cuatro rostros y cuatro alas, y bajo las alas una especie de mano humana. El aspecto de sus rostros era el de los rostros que había visto junto al río Quebar. Todos ellos iban de frente.
Salmo 112, 1-2. 3-4. 5-6
R/. La gloria del Señor se eleva sobre los cielos.
Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre. R/.
De la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.
El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos. R/.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que habita en las alturas
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra? R/.