Evangelio según san Mateo 13,44-46
En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
El reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra».
Comentario
¿Qué tesoro es tan valioso para vender todo lo que se tiene? ¿Qué merece desprenderse de cuanto se posee para conseguir otro bien? ¿Qué hallazgo puede producir inmensa alegría? No cabe la menor duda que lo que encontró el hombre tiene un valor inestimable, inmedible, y lo más grande en valor, es el Reino de Dios, y por él se puede renunciar a todo, y ésta sería la mejor decisión tomada.
Quien encuentra un tesoro como éste, el Reino de los Cielos, debe dejarlo todo por él, y renunciar con alegría a lo que tiene terrenalmente, pues es indudable que no podemos comparar los bienes terrestres con la posesión de Dios, «Ustedes no pueden servir al mismo tiempo a Dios y al dinero» (Mt 6-24).
Jesús también nos agrega la parábola del comerciante de perlas. Ambas parábolas nos muestran que merece mucho la pena hacer un gran esfuerzo por conseguir algo muy valioso, como el Evangelio, como el amor de Cristo, como el Reino de Dios, con fe, veremos que la valoración de la posesión de Dios, que es el tesoro del que nos habla Jesús, no puede tener ninguna comparación.
Pero para poseer a Dios, debemos despojarnos de todo lo que aprisiona nuestro corazón. Es decir de nuestros afectos, o inclinaciones, pasiones e instintos, de todo cuanto nos impida la posesión de Dios. Si vaciamos el corazón de nosotros mismos, éste podrá ser ocupado por Dios.
Así es el Reino de Dios: quien lo encuentra no tiene dudas, siente que es lo que buscaba, que esperaba y que responde a sus aspiraciones más auténticas. Y es realmente así: quien conoce a Jesús, quien lo encuentra personalmente, se queda fascinado, atraído por tanta bondad, tanta verdad, tanta belleza, y todo en una gran humildad y sencillez. Buscar a Jesús, encontrar a Jesús. Este es el gran tesoro.»
En muchas ocasiones las dificultades son tan fuertes que nos desanimamos y queremos dejar la misión encomendada, esto mismo le pasaba al profeta Jeremías. Él era pacífico, pero tenía grandes contrariedades: anunciaba el mensaje de Dios y la respuesta de los oyentes eran insultos y burlas. A pesar de ser muy dura la misión confiada, quería permanecer fiel, no obstante, en medio de estas contradicciones le brotaba la queja al Señor, como muchas veces nos pasa a nosotros, cuando no todo va según nuestros planes. En la misión de cada uno, a veces se nos presenta la cruz, pero, Dios siempre está con nosotros. Si somos fieles a Dios, como Jeremías, aunque nos cueste ir contracorriente, al final El nos protege, nos salva y nos llena de paz y alegría, porque como dice Jesús: es mejor padecer haciendo el bien que padecer haciendo el mal. El bien, la verdad, definitivamente Dios, siempre vencerán.
Lecturas del día
Lectura del profeta Jeremías 15,10.16-21
¡Ay de mí, madre mía, me has engendrado para discutir y pleitear por todo el país! Ni presté ni me han prestado, en cambio, todos me maldicen. Si encontraba tus palabras, las devoraba: tus palabras me servían de gozo, eran la alegría de mi corazón, y tu nombre era invocado sobre mí,
Señor Dios del universo. No me junté con la gente amiga de la juerga y el disfrute; me forzaste a vivir en soledad, pues me habías llenado de tu ira. ¿Por qué se ha hecho crónica mi llaga, enconada e incurable mi herida? Te has vuelto para mí arroyo engañoso de aguas inconstantes. Entonces respondió el Señor:
«Si vuelves, te dejaré volver, y así estarás a mi servicio; si separas la escoria del metal, yo hablaré por tu boca. Ellos volverán a ti,
pero tú no vuelvas a ellos. Haré de ti frente al pueblo muralla de bronce inexpugnable: lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte y salvarte —oráculo del Señor—.
Te libraré de manos de los malvados, te rescataré del puño de los violentos».
Salmo 58,2-18
R/. Dios es mi refugio en el peligro
Líbrame de mi enemigo, Dios mío;
protégeme de mis agresores,
líbrame de los malhechores,
sálvame de los hombres sanguinarios. R/.
Mira que me están acechando,
y me acosan los poderosos:
sin que yo haya pecado ni faltado, Señor. R/.
Por ti velo, fortaleza mía,
que mi alcázar es Dios.
Que tu favor se me adelante, Dios mío,
y me haga ver la derrota de mi enemigo. R/.
Pero yo cantaré tu fuerza,
por la mañana proclamaré tu misericordia,
porque has sido mi alcázar
y mi refugio en el peligro. R/.
Y tocaré en tu honor, fuerza mía,
porque tú, oh, Dios, eres mi alcázar,
Dios mío, misericordia mía. R/.