Evangelio de san Juan 15, 1 – 8
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada.
Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».
Comentario
La justificación está presentada aquí en dos aspectos: como una liberación (muerte) de la Ley y como una vida para Dios en Cristo.
La Ley, dice san Pablo, exigía la muerte del pecador. Cristo muere por exigencias de la Ley. Los cristianos, en virtud de su incorporación a Cristo, mueren con él. Pero como la muerte de Cristo se consuma en su resurrección, así el cristiano, «con-resucita» con él a una vida nueva, que es ya la vida en Cristo.
El que permanece tiene vida eterna. Jesús repite continuamente la palabra permanecer. La evidente comparación de la vid y los sarmientos y la realidad de nuestra pobreza y debilidad frente a la riqueza y a la vida de Dios, nos fuerzan a admitir esta gran verdad: que si no estamos unidos al Hijo, el cual nos comunica la vida de Dios, nuestra vida no dará frutos, ni siquiera hojas. Más de alguna vez nos sorprendemos intentando vivir la vida a nuestra manera y con nuestros propios recursos. O tal vez predicándonos a nosotros mismos, al mismo tiempo que pretendemos dar testimonio de Cristo.
Pidamos, pues, al Señor permanecer siempre unidos a Él, recordando siempre sus palabras, que son palabras de vida eterna.
Lecturas del día
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas 2, 19-20
Hermanos:
Yo he muerto a la ley por medio de la ley, con el fin de vivir para Dios.
Estoy crucificado con Cristo; vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí.
Y mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí.
Salmo 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9. 10-11
R/. Bendigo al Señor en todo momento
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R.
Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulte al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias. R.
Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
El afligid invocó al Señor,
él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. R.
El ángel del Señor acampa en torno quienes lo temen
y los protege.
Gustad y ved qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él. R.
Todos sus santos, temed al Señor,
porque nada les falta a los que lo temen;
los ricos empobrecen y pasan hambre,
los qu buscan al Señor no carecen de nada. R.