Evangelio según san Mateo 11, 28-30
En aquel tiempo, tomó la palabra Jesús y dijo:
«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».
Comentario
La senda del justo es recta
La senda del justo es recta porque el justo sigue el deseo limpio de su corazón: Mi alma te ansía de noche y mi espíritu en mi interior madruga por ti. El justo no duda porque sabe que su meta es Dios y ni lo sinuoso del camino ni los escollos encontrados en él, le harán perder la pista pues todo se allana conforme avanza.
En el camino de la salvación del que nos habla el profeta Isaías nadie puede detenerse: si no avanzamos, retrocedemos. Aunque los obstáculos nos parezcan insalvables, aunque nos veamos sin fuerzas frente a ellos, el justo confía y sigue su camino. No tenemos que disponer de mapas de ruta ni alcanzar la forma física de los que están entrenados en la marcha porque nuestra garantía no es ni nuestro conocimiento ni nuestro esfuerzo: Del polvo resurgirá la vida y en la tierra de las sombras brillará la luz.
No puede ser más bonito este canto de confianza de Isaías. El señor actúa cuando menos lo esperamos, su delicadeza no es aprehensible por nuestros sentidos, por eso dice el salmista que recibimos el don dormidos, casi sin enterarnos, sin tan siquiera pedirlo. Dios nos desborda en dones y gracia cuando cuidamos nuestra vida espiritual, cuando tenemos presente al Señor que, desde el cielo, se ha fijado en la tierra, en todos y en cada uno de nosotros.
Aprended de mí
La mansedumbre y la humildad no son virtudes muy apreciadas. Hoy abundan los mensajes en las redes que nos animan a destacar para no pasar desapercibidos. Nos animan a sacar brillo a nuestro discreto potencial hasta que cause admiración en otros. Nos animan a ser reactivos, a responder incluso con grosera violencia, a no callar. Nadie se sentiría hoy atraído por la imagen de aquel borreguito que anunciaba el jabón para ropa delicada; sí por la del tiburón de la famosa película de terror.
En la carta a los Gálatas, encontramos la mansedumbre como uno de los frutos del Espíritu Santo (5:22-23) cuyo símbolo es una paloma. En la escritura encontramos la misma virtud referida a Jesucristo, descrito como cordero llevado al matadero por el profeta (Is. 53:7) y como Cordero de Dios por el Bautista (Jn. 1: 29) En el evangelio de san Mateo que hoy leemos, es Jesús el que se muestra a sí mismo y nos anima a aprender de su corazón, manso y humilde, en el que podemos descansar.
Nada tenemos que demostrar. La confianza nos sitúa correctamente frente a nuestro esfuerzo, lo pone en su sitio, apartándonos de la compulsiva actividad que arrolla a los hermanos. También nos aparta de los agobios, de todas nuestras incertidumbres y de nuestros miedos. No es necesario madrugar ni trabajar hasta muy tarde (Sal. 127:2) pues nos basta con vivir la fraternidad de los hijos de Dios, amigos y hermanos en Cristo Jesús.
La mansedumbre de Jesús frenó el avance de la violencia y de la injusticia, y el pecado dejó de campar a sus anchas. Jesús confió y no fue abandonado. Descansó en los brazos del Padre como nos pide hoy descansar en su pacífico corazón a todos nosotros. También a todos que, como él, han sido golpeados con dureza, abandonados por sus amigos, maltratados, calumniados con falsos testimonios o injustamente perseguidos. Todas las víctimas pueden confiar y lo que es más admirable: también los verdugos, esos ladrones arrepentidos de todos los tiempos a los que se refería el trapense Christian de Chergé en su testamento, ladrones conmovidos por el dolor y por la injusta muerte del Cordero inocente. Hoy nos preguntamos:
¿Alguna vez hemos considerado que la mansedumbre contrarresta la violencia y detiene su macabro progreso?
¿Nos hemos atrevido a guardar silencio ante el humillante insulto?
¿Hemos renunciado a resarcir nuestra estima frente al menosprecio?
Lecturas del día
Lectura del libro de Isaías 26, 7-9. 12. 16-19
La senda del justo es recta.
Tú allanas el sendero del justo;
en la senda de tus juicios, Señor, te esperamos
ansiando tu nombre y tu recuerdo.
Mi alma te ansía de noche,
mi espíritu en mi interior madruga por ti,
porque tus juicios son luz de la tierra,
y aprenden ¡a justicia los habitantes del orbe.
Señor, tú nos darás la paz,
porque todas nuestras empresas
nos las realizas tú.
Señor, en la angustia acudieron a ti,
susurraban plegarias cuando los castigaste.
Como la embarazada cuando le llega el parto
se retuerce y grita de dolor,
así estábamos en tu presencia, Señor:
concebimos, nos retorcimos, dimos a luz… viento;
nada hicimos por salvar el país,
ni nacieron habitantes en el mundo.
¡Revivirán tus muertos,
resurgirán nuestros cadáveres,
despertarán jubilosos los que habitan en el polvo!
Pues rocío de luz es tu rocío,
que harás caer sobre la tierra de las sombras.
Salmo 101, 13-14 y 15. 16-18. 19-21
R/. El Señor desde el cielo se ha fijado en la tierra.
Tú permaneces para siempre,
y tu nombre de generación en generación.
Levántate y ten misericordia de Sión,
que ya es hora y tiempo de misericordia.
Tus siervos aman sus piedras,
se compadecen de sus ruinas. R/.
Los gentiles temerán tu nombre,
los reyes del mundo, tu gloria.
Cuando el Señor reconstruya Sión,
y aparezca en su gloria,
y se vuelva a las súplicas de los indefensos,
y no desprecie sus peticiones. R/.
Quede esto escrito para la generación futura,
y el pueblo que será creado alabará al Señor.
Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario,
desde el cielo se ha fijado en la tierra,
para escuchar los gemidos de los cautivos
y librar a los condenados a muerte. R/.