Evangelio según san Mateo 17, 1-9
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. De repente se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y una voz desde la nube decía: «Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo». Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levantaos, no temáis». Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.
Cuando bajaban del monte, Jesús les mandó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».
Comentario del Evangelio
La Transfiguración es uno de los episodios clave en la vida de Jesús. Se refiere al cambio de apariencia del Señor de la forma mortal del cuerpo con el cual sufriría y moriría a una forma glorificada con la cual resucitaría de entre los muertos. Escuchar a Jesús es oír lo que dice, aceptar lo que dice; hacerlo propio e identificarse plenamente con eso que expresa.
Lectura del libro del Génesis 12, 1-4a
En aquellos días, el Señor dijo a Abrán: «Sal de tu tierra, de tu patria, y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti una gran nación, te bendeciré, haré famoso tu nombre y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan, y en ti serán benditas todas las familias de la tierra». Abrán marchó, como le había dicho el Señor.
Sal 32, 4-5. 18-19. 20 y 22
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti
La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra.
Los ojos del Señor están puestos en quien lo teme,
en los que esperan su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre.
Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 1, 8b-10
Querido hermano: Toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios. Él nos salvó y nos llamó con una vocación santa, no por nuestras obras, sino según su designio y según la gracia que nos dio en Cristo Jesús desde antes de los siglos, la cual se ha manifestado ahora por la aparición de nuestro Salvador, Cristo Jesús, que destruyó la muerte e hizo brillar la vida y la inmortalidad por medio del Evangelio.
Enseñanza de Santa Hildegarda de Bingen (1098-1179) ¡Contempla el rostro del Amor celeste!
Dios, Creador del universo, modeló al hombre a su imagen y semejanza. Él es figura de todas las criaturas, superiores e inferiores. Dios amó de tal amor al hombre, que le reservó el lugar del que había sido expulsado el ángel caído. Le atribuyó toda la gloria, todo el honor que ese ángel había perdido, al mismo tiempo que su salvación. He aquí lo que te muestra el rostro que tu contemplas…esta figura simboliza el Amor del Padre celeste.
Ella es el amor: en el seno de la energía de la divinidad perenne, en el misterio de sus dones, ella es la maravilla de una insigne belleza. Si ella tiene la apariencia humana, es porque el Hijo de Dios se hizo carne para arrancar al hombre de la perdición, gracia al servicio del amor. He aquí por qué ese rostro es de tal belleza y claridad: es el rostro de la eterna belleza, del eterno amor.
Te sería más fácil contemplar al sol que contemplar ese rostro. La profusión de amor irradia, luz de una luminosidad sublime y fulgurante. Va más allá de nuestros sentidos, de una manera inconcebible para todos los actos de la comprensión humana, que habitualmente aseguran el conocimiento al alma.