Muchacho a ti te lo digo levántate y el muerto se incorporó

Muchacho a ti te lo digo levántate y el muerto se incorporó

Lectura del santo evangelio según san Lucas 7,11-17

En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, y caminaban con él sus discípulos y mucho gentío.Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, se compadeció de ella y le dijo: «No llores». Y acercándose al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: «¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!». El muerto se incorporó y empezó a hablar, y se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos de temor, daban gloria a Dios, diciendo:«Un gran Profeta ha surgido entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo.» Este hecho se divulgó por toda Judea y por toda la comarca circundante.

Comentario del evangelio

Es valioso recordar este breve episodio cuando las cosas parecen muy negras en nuestra vida. Los que cargaban el cajón llevaban al hijo de la viuda a enterrar prematuramente. Justo cuando la viuda creyó que había perdido todo, todo le fue devuelto. En tiempos de oscuridad, permite que recordemos que Jesús, el gran profeta alabado por los dolientes, está todavía con nosotros ayer, hoy y para siempre. Recurramos siempre a EL.

Lecturas del dia

Lectura de la primera carta del apóstol Pablo a los Corintios 12,12-14.27-31a

Hermanos: Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. Pues el cuerpo no lo forma un solo miembro, sino muchos.

Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro. Pues en la Iglesia Dios puso en el primer lugar a los apóstoles; en el segundo lugar, a los profetas; en el tercero, a los maestros; después, los milagros; después el carisma de curaciones, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas. ¿Acaso son todos apóstoles? ¿O todos son profetas? ¿O todos maestros? ¿O hacen todos milagros? ¿Tienen todos don para curar? ¿Hablan todos en lenguas o todos las interpretan? Ambicionad los carismas mayores.

Sal 99  

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con vítores.

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre.

El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.

Reflexión del texto de san Pablo  Buscad los carismas mejores

Pablo no nos está hablando aquí de nuestra igualdad fundamental como seres humanos, como hace en la carta a los Gálatas. Sino de nuestra unidad en Cristo. Unidad de los diferentes, de los diversos. La diversidad del cuerpo humano le sirve en bandeja la explicación que desea dar. Somos absolutamente diferentes, y absolutamente interdependientes. Y el “cuerpo” sólo es posible por la complementariedad de los diferentes. Lo que cada uno de nosotros no pongamos le falta al cuerpo.

Habla también Pablo de que las funciones que cada uno realiza en el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, han sido dispuestas por Dios. Entiendo que esto significa que todo aquello que hemos recibido, que es don, lo tenemos para ponerlo en juego, para ofrecerlo, para “colaborar” al funcionamiento del cuerpo. Bien es verdad que Pablo nombra algunas de las funciones y deja entrever la existencia de problemas en la comunidad: ¿pretenden la realización de tareas consideradas importantes desde el punto de vista humano? ¿quizá las que se pueden vincular con algún tipo de poder…?

La solución la va a dar él mismo de inmediato, en el capítulo 13 de la carta. Hay un camino mucho mejor. El único seguro. Vivir en el amor. Hoy puede ser un día estupendo para leer con calma 1 Cor 13.

 

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