Lectura del santo evangelio según san Mateo 24, 42-51
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene e! ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre. ¿Quién es el criado fiel y prudente, a quien el señor encarga de dar a la servidumbre la comida a sus horas? Bienaventurado ese criado, si el señor, al llegar, lo encuentra portándose así. En verdad os digo que le confiará la administración de todos sus bienes.
Pero si dijere aquel mal siervo para sus adentros: “Mi señor tarda en llegar”, y empieza a pegar a sus compañeros, y a comer y a beber con los borrachos, el día y la hora que menos se lo espera, llegará el amo y lo castigará con rigor y le hará compartir la suerte de los hipócritas.Allí será el llanto y el rechinar de dientes».
Comentario
La palabra clave de la lectura del evangelio de hoy es VELAD. Hoy estamos sumergidos en un mundo de inseguridad que alarma a buena parte de los ciudadanos. Las guerras, el terrorismo, el azote de la inseguridad ciudadana, el peligro de la delincuencia, el desbordamiento de los fenómenos naturales, la amenaza de la enfermedad, la crisis económica, entre muchas otras, son algunas de las situaciones que amenazan nuestra paz. Ciertamente, los peligros de todo tipo amenazan nuestra seguridad y la de los nuestros, pero es mucho más importante la certeza de que nuestra vida está resguardada del grave peligro de una infelicidad eterna.
Lo repetimos una y otra vez: En este mundo estamos de paso, por ello, la seguridad de poder descansar eternamente en los brazos de Dios, es la tarea que con más interés debemos cuidar.
Lecturas del día
Comienzo de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 1, 1-9
Pablo, llamado a ser Apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, y Sóstenes nuestro hermano, a la Iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados por Jesucristo, llamados santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro: a vosotros, gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. Doy gracias a mi Dios continuamente por vosotros, por la gracia de Dios que se os ha dado en Cristo Jesús; pues en él habéis sido enriquecidos en todo: en toda palabra y en toda ciencia; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo, de modo que no carecéis de ningún don gratuito, mientras aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo.
Él os mantendrá firmes hasta el final, para que seáis irreprensibles el día de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Dios, el cual os llamó a la comunión con su Hijo, Jesucristo nuestro Señor.
Sal 144, 2-3. 4-5. 6-7
Día tras día, te bendeciré
y alabaré tu nombre por siempre jamás.
Grande es el Señor, merece toda alabanza,
es incalculable su grandeza.
Una generación pondera tus obras a la otra,
y le cuenta tus hazañas.
Alaban ellos la gloria de tu majestad,
y yo repito tus maravillas.
Encarecen ellos tus temibles proezas,
y yo narro tus grandes acciones;
difunden la memoria de tu inmensa bondad,
y aclaman tu justicia.
Sermón de san Bernardo (1091-1153) En medio de la noche
¿Cuándo vino el Salvador? No vino al comienzo del tiempo, ni en medio, sino al final. Esto no lo ha hecho sin alguna razón, sino que, muy prudentemente, la Sabiduría divina, que no desconocía que los hijos de Adán son ingratos, dispuso que no los socorrería hasta que ellos sintieran gran necesidad de ello.
En verdad, ya «atardecía y el día iba de caída», «el sol de la justicia» había casi desaparecido (Lc 24,29; Ml 3,20); sobre la tierra ya no se difundía sino una luz incierta y un calor débil. De hecho, la luz del conocimiento de Dios había disminuido mucho y se había enfriado el calor de la caridad a causa de la creciente iniquidad (Mt 24,12). Ya no había apariciones de ángeles, ni oráculos de profetas: se habían acabado como si estuvieran vencidos por la desesperanza ante el extremo endurecimiento de los hombres y su obstinación.
Es entonces que el Hijo afirmó: «Entonces yo digo: aquí estoy» (Sl 39,8). Sí, cuando un sosegado silencio todo lo envolvía y la noche se encontraba en la mitad de su carrera, tu Palabra omnipotente, Señor, cual implacable guerrero, saltó del cielo, desde el trono real (Sab 18,14). Tal como lo dice el apóstol Pablo: «Cuando se cumplió el tiempo Dios envió a su Hijo a la tierra (Gal 4,4).