Lo que sale de dentro del hombre, eso sí hace impuro al hombre

Lo que sale de dentro del hombre, eso sí hace impuro al hombre

Evangelio según san  Marcos    7,14-23

En aquel tiempo, llamó Jesús de nuevo a la gente y les dijo:

«Escuchad y entended todos: nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre».

Cuando dejó a la gente y entró en casa, le pidieron sus discípulos que les explicara la parábola.

Él les dijo:

«¿También vosotros seguís sin entender? ¿No comprendéis? Nada que entre de fuera puede hacer impuro al hombre, porque no entra en el corazón sino en el vientre y se echa en la letrina».

Y siguió:

«Lo que sale de dentro del hombre, eso sí hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro».

Comentario

El Señor Dios hizo brotar toda la vida vegetal y colocó en medio al hombre para que lo cuidara. Es el remate de la creación. Dios ha terminado su obra y a partir de aquí es al hombre al que le corresponde cultivar y cuidar el jardín.

No hay mucha duda de que se trata de un relato mítico creado por un autor al que traen sin cuidado los detalles científicos de la realidad histórica. Para el autor, Dios ha creado el mundo y todo cuanto existe. No le importa el tiempo real de la creación: le da igual que sean segundos o millones de años de evolución. Todo eso son detalles sin importancia siempre que vayan abocados a dejar constancia de que todo, absolutamente todo lo que existe, es obra de Dios. Y Dios todo lo hizo bien.

Por alguna razón, acabado el capítulo primero de Génesis, en cuyos versículos 27 y 28 describe la creación del hombre y la mujer iguales, parece que el autor no estaba muy conforme con el relato y lo perfeccionó en el capítulo siguiente, donde aparecen el árbol del bien y del mal y el árbol de la vida, y, unos versículos más adelante, narra de nuevo la creación del hombre, con un matiz muy importante sobre el primer relato. En aquel Dios los creo hombre y mujer, iguales en derecho y dignidad. Sin embargo el segundo relato hace que la mujer aparezca como inferior al hombre, salida de un hueso del varón. Parece que las creencias sociales semitas sobre la inferioridad de la mujer frente al varón contaminan el relato y lo corrigen innecesariamente. Así damos valor a las escusas que, también nosotros ahora, estamos preparados para dar cuando la ocasión lo requiera: “… La mujer que me diste de compañera, me dio y comí”; “… la serpiente me engaño y comí”, inaugurando la tendencia humana de echar las culpas al subordinado, en lugar de aceptar la propia responsabilidad. Así somos y así actuamos: la culpa siempre es del otro.

Escuchad y entended todos: nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro

Esta es la raíz de la cuestión: nada que entre de fuera en el hombre puede hacerlo impuro. El humano ha confundido con bastante frecuencia el rito, que acerca y santifica, con un feroz ritualismo, esclavo de la letra, que sigue sin abrir los ojos, sin mirar qué es lo que a Dios agrada.

La lección del evangelio de hoy es bastante clara: no es la literalidad de las prohibiciones sobre comidas puras o impuras, sino lo que el corazón del hombre siente y practica. Es evidente que lo que entra por la boca acaba inexorablemente en la letrina sin que su impureza pueda manchar nuestro espíritu. No así los sentimientos que alejan el amor al prójimo de nuestra vida. Esforcémonos por hacer de nuestras actuaciones solamente aquello que beneficia al prójimo, porque eso es lo más importante. Nadie puede hacer daño a aquello que ama y, si atendemos a los ejemplos que Jesús nos pone parece claro y evidente que malo, y que hace malo al hombre, solo son aquellas acciones, u omisiones, que dañan al hermano.

La ley hay que cumplirla porque es el camino que nos lleva a la perfección humana. Una actitud farisaica nos empuja al cumplimiento de la norma solamente “porque es la norma” el ritualismo ciego nos lleva a abandonar lo bueno, lo divino que la ley tiene, que siempre está teñido con los colores del amor. Si el amor no está presente en los preceptos, hay que dudar que vengan de Dios.

Sigamos el rito, que nos llevará a la perfección, pero huyamos del esterilizante ritualismo que no nos llevará a Dios, sino que nos conducirá al error, porque en el ritualismo no está el amor, sino una actitud farisaica, seguramente exigente e inflexible, con apariencia de ser lo bueno. Recordemos que el sábado se hizo para el hombre, no el hombre para el sábado.

No nos dejemos engañar.

Lecturas del día

Lectura del libro del Génesis 2,4b-9.15-17

El día en que el Señor Dios hizo tierra y cielo, no había aún matorrales en la tierra, ni brotaba hierba en el campo, Porque el Señor Dios no había enviado lluvia sobre la tierra, ni había hombre que cultivase el suelo; pero un manantial salía de la tierra y regaba toda la superficie del suelo.

Entonces el Señor Dios modeló al hombre del polvo del suelo e insufló en su nariz aliento de vida; y el hombre se convirtió en ser vivo. Luego el Señor Dios plantó un jardín en Edén, hacia Oriente, y colocó en él al hombre que había modelado.

El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos para la vista y buenos para comer; además, el árbol de la vida en mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y el mal. El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín de Edén, para que lo guardara y lo cultivara.

El Señor Dios dio este mandato al hombre:
«Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y el mal no comerás, porque el día en que comas de él, tendrás que morir».

Salmo 103,1-2a.27-28.29be-30

R/. Bendice, alma mía, al Señor

Bendice, alma mía, al Señor,
¡Dios mío, qué grande eres!
Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto. R/.

Todos ellos aguardan
a que les eches comida a su tiempo:
se la echas, y la atrapan;
abres tu mano, y se sacian de bienes. R/.

Les retiras el aliento, y expiran,
y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra. R/.

 

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