Jesús quiere enseñar a orar

Jesús quiere enseñar a orar

Evangelio según San Mateo 6,7-15

Jesús dijo a sus discípulos: Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. Ustedes oren de esta manera:

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal. Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.

Comentario del Evangelio

Amar mucho, no hablar mucho. Jesús quiere enseñar a orar a los discípulos y les da dos directrices fundamentales. La primera recuerda que no es cuestión de palabrería (santa Teresa ya lo decía: en la cuestión de la oración no se trata de hablar mucho, sino de amar mucho). La segunda invita a repetir sus actitudes en relación con el Padre: “hágase tu voluntad”, “venga a nosotros tu reino”, y también, a valorar el perdón hacia los hermanos porque todos nosotros nacemos de la misericordia de Dios que nos ha perdonado; hemos recibido el perdón para hacerlo extensivo a los demás, para que ellos también puedan participar.

Esta condición del perdón al prójimo nos hace comprender el valor de la misericordia de Dios que nos ha alcanzado y de la que nosotros estamos llamados a ser multiplicadores en favor de nuestros hermanos.

Lecturas del dia

Carta II de San Pablo a los Corintios 11,1-11

¡Ojalá quisieran tolerar un poco de locura de mi parte! De hecho, ya me toleran. Yo estoy celoso de ustedes con el celo de Dios, porque los he unido al único Esposo, Cristo, para presentarlos a él como una virgen pura. Pero temo que, así como la serpiente, con su astucia, sedujo a Eva, también ustedes se dejen corromper interiormente, apartándose de la sinceridad debida a Cristo. Si alguien viniera a predicarles otro Jesucristo, diferente del que nosotros hemos predicado, o si recibieran un Espíritu distinto del que han recibido, u otro Evangelio diverso del que han aceptado, ¡ciertamente lo tolerarían!

Yo pienso, sin embargo, que no soy inferior a esos que se consideran “apóstoles por excelencia”. Porque, aunque no soy más que un profano en cuanto a la elocuencia, no lo soy en cuanto al conocimiento; y esto lo he demostrado en todo y delante de todos. ¿Acaso procedí mal al anunciarles gratuitamente la Buena Noticia de Dios, humillándome a mí mismo para elevarlos a ustedes? Yo he despojado a otras Iglesias, aceptando su ayuda, para poder servirlos a ustedes.

Y cuando estaba entre ustedes, aunque me encontré necesitado, no fui gravoso para nadie, porque los hermanos que habían venido de Macedonia me proveyeron de lo que necesitaba. Siempre evité serles una carga, y así lo haré siempre. Les aseguro por la verdad de Cristo que reside en mí, que yo no quiero perder este motivo de orgullo en la región de Acaya. ¿Será acaso porque no los amo? Dios lo sabe.

Salmo 111(110),1-4.7-8

Doy gracias al Señor de todo corazón,
en la reunión y en la asamblea de los justos.
Grandes son las obras del Señor:
los que las aman desean comprenderlas.

Su obra es esplendor y majestad,
su justicia permanece para siempre.
Él hizo portentos memorables,
el Señor es bondadoso y compasivo.

Las obras de sus manos son verdad y justicia;
todos sus preceptos son indefectibles:
están afianzados para siempre
y establecidos con lealtad y rectitud.

San Cipriano (c. 200-258)  Nuestro pan de cada día

“El Pan nuestro de cada día, dánosle hoy.» Estas palabras se pueden entender en sentido espiritual o en sentido literal: en la intención de Dios, las dos interpretaciones deben contribuir a nuestra salvación.

Nuestro pan de vida es Cristo; este pan no es para todos, sino para nosotros. Así como decimos «Padre nuestro» porque es el Padre de los que tienen fe, así también llamamos a Cristo «nuestro pan» porque es el pan de los que forman su cuerpo. Es para obtener este pan que oramos todos los días; no quisiéramos… a causa de una falta grave… privarnos del pan del cielo, separarnos del cuerpo de Cristo, de él que ha proclamado:

«Yo soy el pan vivo bajado del cielo: el que come de este pan, vivirá eternamente. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo» (Jn 6,51)… El Señor nos ha alertado: «Si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros» (Jn 6,53). Pedimos, pues, todos los días recibir nuestro pan, es decir, a Cristo, para permanecer y vivir en Cristo, y no alejarnos, en absoluto, de su gracia y de su cuerpo.

También podemos comprender esta petición de la siguiente manera: hemos renunciado al mundo; por la gracia de la fe hemos rechazado sus riquezas y seducciones; pedimos simplemente su alimento… El que comienza a ser discípulo de Cristo y renuncia a todo según la palabra del Maestro (Lc 14,33), debe pedir el alimento de cada día y no preocuparse de un largo plazo.

El Señor ha dicho: «No os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos» (Mt 6,34). El discípulo, pues, pide con razón su alimento de cada día, puesto que le está prohibido inquietarse por el día de mañana.

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