Jesús pide misericordia

Jesús pide misericordia

Evangelio: Mt. 9, 9-13

Jesús llama a Mateo

Mateo, a quien el evangelista Marcos llama Leví (2,13), se identifica como un pecador llamado por Jesús. Para asombro de muchos, el Señor llama a un publicano para ser su discípulo. Hoy recordamos esa invitación, que podemos asociarla a la invitación que nos ha hecho a todos y cada uno de nosotros. El llamado de Mateo es muy significativo: el mismo Señor elige a un recaudador de impuestos a su servicio. Hoy entendemos el llamado a Mateo: “no he venido a buscar a justos, sino a pecadores”, perdonados por la misericordia de Dios.

Al igual que Pedro, Andrés, Santiago y Juan, Mateo deja todo lo que tiene y sigue al Señor. El seguir a Jesús exige ruptura.
Después de llamarlo y del SÍ dado, Jesús se sienta a comer con publicanos y pecadores provocando la ira de los fariseos que cuestionan a los discípulos por la conducta del Señor. Jesús sólo les dice: “no son los sanos los que necesitan de un médico” y “yo quiero misericordia y no sacrificios” (Óseas 6,6).

Comentario del Evangelio

Desde nuestro punto de vista de hoy podríamos decir que Jesús frecuentaba las malas compañías. Eso de andar con publicanos (algo así como inspectores de Hacienda de la época que entiendo que no son como los actuales) y con pecadores no era precisamente estar con la gente bien, de buen comportamiento, con la gente buena de la sociedad. Eso ya nos puede resultar escandaloso.

Pero en tiempo de Jesús lo de estar con publicanos y pecadores y comer con ellos era todavía peor. Esos dos grupos de personas estaban conceptuados como personas impuras. Su pecado era público y les hacía incapaces de participar en los ritos del mundo judío. No solo eso. Estar con ellos, y más comer con ellos, hacía al judío también impuro. En realidad, cualquier judío un poco culto y educado del tiempo de Jesús cuidaba mucho de con qué compañía se sentaba a comer. Y evitaba esas malas compañías que le hacían caer en impureza, que le separaba del pueblo de Israel, que le impedían adorar al Dios verdadero, a Yahvé.

Pero Jesús no tiene inconveniente en romper las normas de la pureza. Eran normas que habían terminado excluyendo y marginando a las personas. Jesús anuncia el Reino de Dios que es precisamente lo contrario: Dios quiere que todos sus hijos se unan, que no quede nadie excluido. El gran signo del Reino es precisamente esa comida en común de Jesús con los pecadores y publicanos. Jesús anuncia a un Dios que ama a todos sin excepción, sin condiciones. Los más necesitados son los más lejanos. Las comidas de Jesús con publicanos y pecadores son precisamente la prueba contundente de que el amor de Dios del que Jesús es mensajero es universal.

Creer en Jesús y en su reino nos compromete a actuar de la misma manera. A dejarnos de prejuicios –de los que estaban llenos los fariseos– y acoger a todos sin distinción de raza, sexo, nacionalidad y tantas obras barreras y límites que ponemos entre las personas. En el reino ya no hay “los otros”, todos somos “nosotros”.

Lecturas del día

Libro de Génesis 23,1-4.19.24,1-12.15-16.23-25.32-34.37-38.57-59.61-67

Sara vivió ciento veintisiete años, y murió en Quiriat Arbá – actualmente Hebrón – en la tierra de Canaán. Abraham estuvo de duelo por Sara y lloró su muerte. Después se retiró del lugar donde estaba el cadáver, y dijo a los descendientes de Het: “Aunque yo no soy más que un extranjero residente entre ustedes, cédanme en propiedad alguno de sus sepulcros, para que pueda retirar el cadáver de mi esposa y darle sepultura”. Luego Abraham enterró a Sara en la caverna del campo de Macpelá, frente a Mamré, en el país de Canaán.

Abraham ya era un anciano de edad avanzada, y el Señor lo había bendecido en todo. Entonces dijo al servidor más antiguo de su casa, el que le administraba todos los bienes: “Coloca tu mano debajo de mi muslo, y júrame por el Señor, Dios del Cielo y de la tierra, que no buscarás una esposa para mi hijo entre las hijas de los cananeos, con los que estoy viviendo, sino que irás a mi país natal, y de allí traerás una esposa para Isaac”. El servidor le dijo: “Si la mujer no quiere venir conmigo a esta tierra, ¿debo hacer que tu hijo regrese al país de donde saliste?”.

“Cuídate muy bien de llevar allí a mi hijo”, replicó Abraham. “El Señor, Dios del cielo, que me sacó de mi casa paterna y de mi país natal, y me prometió solemnemente dar esta tierra a mis descendientes, enviará su Angel delante de ti, a fin de que puedas traer de allí una esposa para mi hijo. Si la mujer no quiere seguirte, quedarás libre del juramento que me haces; pero no lleves allí a mi hijo”. El servidor puso su mano debajo del muslo de Abraham, su señor, y le prestó juramento respecto de lo que habían hablado. Luego tomó diez de los camellos de su señor, y llevando consigo toda clase de regalos, partió hacia Arám Naharaim, hacia la ciudad de Najor. Allí hizo arrodillar a los camellos junto a la fuente, en las afueras de la ciudad.

Era el atardecer, la hora en que las mujeres salen a buscar agua. Entonces dijo: “Señor, Dios de Abraham, dame hoy una señal favorable, y muéstrate bondadoso con mi patrón Abraham. Aún no había terminado de hablar, cuando Rebeca, la hija de Betuel – el cual era a su vez hijo de Milcá, la esposa de Najor, el hermano de Abraham – apareció con un cántaro sobre el hombro.

Era una joven virgen, de aspecto muy hermoso, que nunca había tenido relaciones con ningún hombre. Ella bajó a la fuente, llenó su cántaro, y cuando se disponía a regresar, Después le preguntó: “¿De quién eres hija? ¿Y hay lugar en la casa de tu padre para que podamos pasar la noche?”. Ella respondió: “Soy la hija de Betuel, el hijo que Milcá dio a Najor”. Y añadió: “En nuestra casa hay paja y forraje en abundancia, y también hay sitio para pasar la noche”.

El hombre entró en la casa. En seguida desensillaron los camellos, les dieron agua y forraje, y trajeron agua para que él y sus acompañantes se lavaran los pies. Pero cuando le sirvieron de comer, el hombre dijo: “No voy a comer, si antes no expongo el asunto que traigo entre manos”. “Habla”, le respondió Labán. El continuó: “Yo soy servidor de Abraham. Ahora bien, mi patrón me hizo prestar un juramento diciendo: “No busques una esposa para mi hijo entre las hijas de los cananeos, en cuyo país resido. Ve, en cambio, a mi casa paterna, y busca entre mis familiares una esposa para mi hijo”.

Ellos dijeron: “Llamemos a la muchacha, y preguntémosle qué opina”. Entonces llamaron a Rebeca y le preguntaron: “¿Quieres irte con este hombre?”. “Sí”, respondió ella.

Ellos despidieron a Rebeca y a su nodriza, lo mismo que al servidor y a sus acompañantes, Rebeca y sus sirvientas montaron en los camellos y siguieron al hombre. Este tomó consigo a Rebeca, y partió. Entretanto, Isaac había vuelto de las cercanías del pozo de Lajai Roí, porque estaba radicado en la región del Négueb.

Al atardecer salió a caminar por el campo, y vio venir unos camellos. Cuando Rebeca vio a Isaac, bajó del camello y preguntó al servidor: “¿Quién es ese hombre que viene hacia nosotros por el campo?”. “Es mi señor”, respondió el servidor. Entonces ella tomó su velo y se cubrió. El servidor contó a Isaac todas las cosas que había hecho, y este hizo entrar a Rebeca en su carpa. Isaac se casó con ella y la amó. Así encontró un consuelo después de la muerte de su madre.

Salmo 106(105),1-2.3-4a.4b-5

¡Den gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterno su amor!
¿Quién puede hablar de las proezas del Señor
y proclamar todas sus alabanzas?

¡Felices los que proceden con rectitud,
los que practican la justicia en todo tiempo!
Acuérdate de mi, Señor,
por el amor que tienes a tu pueblo;

para que vea la felicidad de tus elegidos,
para que me alegre con la alegría de tu nación
y me gloríe con el pueblo de tu herencia.

Santa Catalina de Siena (1347-1380)   Himno a la misericordia 

¡Misericordia que das vida!

¡Oh misericordia eterna, que cubres las faltas de tus criaturas! No me asombra escuchar a los que salen del pecado mortal para volver a ti, que les hayas dicho: “Jamás me acordaré de tus ofensas”.

¡Oh misericordia que procede de tu Divinidad, Padre eterno, que con poder gobiernas al mundo entero! En tu misericordia fuimos creados y en tu misericordia la sangre de tu Hijo nos ha recreado. Tu misericordia nos protege e hizo luchar a tu Hijo en el leño de la cruz, la vida luchó contra la muerte y la muerte contra la vida. Combate en el que la vida venció a la muerte del pecado, la muerte del pecado toma la vida corporal del Cordero inmaculado. ¿Quién permanece vencido? La muerte. ¿Quién la causó? Tu misericordia.

Tu misericordia da la vida. Difunde la luz que hace conocer la clemencia para toda criatura, justos y pecadores. Tu misericordia brilla sobre los santos en las alturas del cielo y si miro la tierra, abunda tu misericordia. Mismo en las tinieblas del infierno alumbra tu misericordia, ya que no infliges a los damnificados toda la pena que merecerían. Tu misericordia suaviza la justicia. Por misericordia nos has lavado en la sangre, por misericordia has querido vivir con tus criaturas. (…)

¡Misericordia, el corazón se inflama al pensar en ti! Donde sea que me vuelva, sólo encuentro misericordia

 

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