El cielo y la tierra pasarán pero mis palabras no pasarán

El cielo y la tierra pasarán pero mis palabras no pasarán

Evangelio según san Lucas 21, 29-33

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos una parábola: Fijaos en la higuera y en todos los demás árboles: cuando veis que ya echan brotes, conocéis por vosotros mismos que ya está llegando el verano. Igualmente vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios. En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

Comentario del evangelio

Al final, Jesús hace una promesa que es garantía de victoria: Con su perseverancia salvarán sus almas.

¡Cuánta esperanza en estas palabras! Son un llamamiento a la esperanza y a la paciencia, a saber esperar los frutos seguros de la salvación, confiando en el sentido profundo de la vida y de la historia: las pruebas y las dificultades forman parte de un designio más grande; el Señor, dueño de la historia, lleva todo a su cumplimiento. ¡A pesar de los desórdenes y de los desastres que turban al mundo, el designio de bondad y de misericordia de Dios se cumplirá! Y esta es nuestra esperanza. Ir así, por este camino, en el designio de Dios que se cumplirá. Es nuestra esperanza. Este mensaje de Jesús nos hace reflexionar sobre nuestro presente y nos da la fuerza para afrontarlo con coraje y esperanza,  (S.S. Francisco, 17 de noviembre de 2013).

Lecturas del dia

Lectura del libro del Apocalipsis 20, 1-4. 11 — 21, 2

Yo, Juan, vi un ángel que bajaba del cielo con la llave del abismo y una cadena grande en la mano. Sujetó al dragón, la antigua serpiente, o sea, el Diablo o Satanás, y lo encadenó por mil años; lo arrojó al abismo, echó la llave y puso un sello encima, para que no extravíe a las naciones antes que se cumplan los mil años. Después tiene que ser desatado por un poco de tiempo. Vi unos tronos y se sentaron sobre ellos, y se les dio el poder de juzgar; vi también las almas de los decapitados por el testimonio de Jesús y la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen y no habían recibido su marca en la frente ni en la mano. Estos volvieron a la vida y reinaron con Cristo mil años.

Vi un trono blanco y grande, y al que estaba sentado en él. De su presencia huyeron cielo y tierra, y no dejaron rastro. Vi a los muertos, pequeños y grandes, de pie ante el trono. Se abrieron los libros y se abrió otro libro, el de la vida. Los muertos fueron juzgados según sus obras, escritas en los libros. El mar devolvió a sus muertos, Muerte y Abismo devolvieron a sus muertos, y todos fueron juzgados según sus obras. Después, Muerte y Abismo fueron arrojados al lago de fuego —el lago de fuego es la muerte segunda—. Y si alguien no estaba escrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego.

Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, preparada como una esposa que se ha adornado para su esposo.

Sal 83

He aquí la morada de Dios entre los hombres

Mi alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
retozan por el Dios vivo.

Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido
donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor del universo,
Rey mío y Dios mío.

Dichosos los que viven en tu casa,
alabándote siempre.
Dichoso el que encuentra en ti su fuerza.
Caminan de baluarte en baluarte.

Reflexión de las lecturas de hoy  Y se abrió otro libro, el registro de los vivos

Estamos en el penúltimo día del año litúrgico, terminando también el libro del Apocalipsis, último libro de la revelación, que comenzamos a leer hace doce días.  Ya habíamos visto el libro sellado, abierto por un Cordero degollado. Después el otro librito “agridulce” que se le dio a comer al profeta y ahora aparece otro libro: el de la Vida. Todo aquél que está escrito en este libro, tiene vida eterna y no será arrojado “al lago del fuego”, que es la segunda muerte. Aquí se nos está indicando que si somos sensatos, nuestra forma de vivir la vida se tiene que ir contrastando con la de Jesús, el gran “libro revelado”.

Si queremos entrar en la Jerusalén “que desciende del cielo”, hemos de arrojar de nosotros los pecados y complicidades del mal de la vieja Babilonia y esperar a que Dios nos envíe a esa “novia adornada para su esposo”.

Sabed que está cerca el reino de Dios

La parábola del evangelio de hoy se sitúa al final del discurso de Jesús sobre las señales del fin. La higuera que retoña nos está indicando que el verano se aproxima. Ya se está pasando el invierno de la desolación y persecución; los campos del verano ya están en mies y los árboles dan su fruto. Así también vosotros, cuando veáis éstas señales, sabed que está cerca el reino de Dios. Y añade que los de esta generación lo verán; ya se lo anunció a Natanael en su primera llamada: “veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre” (Jn 1, 51). El reino nace en el corazón que le ama, pero no es fácil identificar estas señales con el reinado de Dios porque ya dijo Jesús a los fariseos que le pedían un signo, que no se le darían más señal, que el signo de Jonás (c.f. Mt 12,39).

Finalmente, cuando juzgaron a Jesús en el consejo del sanedrín éste respondió: “El Hijo del hombre estará sentado desde ahora a la derecha del poder de Dios”. (Lc 22,69). Cielo y tierra pasarán más sus palabras no pasarán.

 

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