Conviene que yo me vaya para que venga a vosotros el (Paráclito) Espíritu Santo

Conviene que yo me vaya para que venga a vosotros el (Paráclito) Espíritu Santo

Evangelio según san Juan 16, 5-11

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: “¿Adónde vas?”. Sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, os digo es la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré. Y cuando venga, dejará convicto al mundo acerca de un pecado, de una justicia y de una condena. De un pecado, porque no creen en mí; de una justicia, porque me voy al Padre, y no me veréis; de una condena, porque el príncipe de este mundo está condenado».

Comentario del Evangelio

En el Evangelio hemos escuchado la promesa de Jesús a sus discípulos: “Yo le pediré al Padre que les envíe otro Paráclito, que esté siempre con ustedes”. El primer Paráclito es el mismo Jesús; el “otro” es el Espíritu Santo.

Aquí nos encontramos no muy lejos del lugar en el que el Espíritu Santo descendió con su fuerza sobre Jesús de Nazaret, después del bautismo de Juan en el Jordán, donde hoy me acercaré. Así pues, el Evangelio de este domingo, y también este lugar, al que, gracias a Dios, he venido en peregrinación, nos invitan a meditar sobre el Espíritu Santo, sobre su obra en Cristo y en nosotros, y que podemos resumir de esta forma: el Espíritu realiza tres acciones: prepara, unge y envía. […]

Las diversas intervenciones del Espíritu Santo forman parte de una acción armónica, de un único proyecto divino de amor. La misión del Espíritu Santo consiste en generar armonía –Él mismo es armonía– y obrar la paz en situaciones diversas y entre individuos diferentes. La diversidad de personas y de ideas no debe provocar rechazo o crear obstáculos, porque la variedad es siempre una riqueza. Por tanto, hoy invocamos con corazón ardiente al Espíritu Santo pidiéndole que prepare el camino de la paz y de la unidad. (Homilía de S.S. Francisco)

Lecturas del día

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 16, 22-34

En aquellos días, la plebe de Filipos se amotinó contra Pablo y Silas, y los magistrados ordenaron que les arrancaran y que los azotaran con varas; después de molerlos a palos, los metieron en la cárcel, encargando al carcelero que los vigilara bien; según la orden recibida, él los cogió, los metió en la mazmorra y les sujetó los pies en el cepo.

A eso de media noche, Pablo y Silas oraban cantando himnos a Dios. Los presos los escuchaban. De repente, vino un terremoto tan violento que temblaron los cimientos de la cárcel. Al momento se abrieron todas las puertas, y a todos se les soltaron las cadenas. El carcelero se despertó y, al ver las puertas de la cárcel de par en par, sacó la espada para suicidarse, imaginando que los presos se habían fugado. Pero Pablo lo llamó a gritos, diciendo: «No te hagas daño alguno, que estamos todos aquí».
El carcelero pidió una lámpara, saltó dentro, y se echó temblando a los pies de Pablo y Silas; los sacó fuera y les preguntó: «Señores, ¿qué tengo que hacer para salvarme?»  Le contestaron: «Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia». Y le explicaron la palabra del Señor, a él y a todos los de su casa.
A aquellas horas de la noche, el carcelero los tomó consigo, les lavó las heridas, y se bautizó en seguida con todos los suyos; los subió a su casa, les preparó la mesa, y celebraron una fiesta de familia por haber creído en Dios.

Sal 137, 1bcd-2a. 2bc-3. 7c-8

Tu derecha me salva, Señor

Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
porque escuchaste las palabras de mi boca;
delante de los ángeles tañeré para ti;
me postraré hacia tu santuario.

Daré gracias a tu nombre
por tu misericordia y tu lealtad.
Cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma.

Tu derecha me salva.
El Señor completará sus favores conmigo.
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos.

Reflexión de san John Henry Newman  Si me voy os enviaré el Paráclito, el Defensor

Cristo está verdaderamente con nosotros ahora, cualquiera que sea la manera. Él mismo lo dice: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28,20) (…)  Nadie, por cierto, puede negar que el Espíritu Santo vino; ¿pero por qué vino? ¿Para suplir la ausencia de Cristo o para cumplir su presencia? Ciertamente, para hacerlo presente. No imaginemos ni un momento que Dios, el Santo Espíritu pueda venir de tal modo que Dios, el Hijo quede a lo lejos. No, no vino con el fin de que Cristo no venga, sino mucho más bien con el fin de que Cristo pueda volver en su venida. Por el Santo Espíritu entramos en comunión con el Padre y el Hijo. (…)

El Espíritu Santo suscita y la fe acoge la presencia de Cristo en el corazón. Así pues, el Espíritu no ocupa el lugar de Cristo en el corazón, le asegura este sitio a Cristo. (…)

El Espíritu Santo, pues, se digna venir a nosotros con el fin de que por su venida, Cristo pueda venir a nosotros, no material o visiblemente, pero entrando en nosotros. Y así es como está a la vez presente y ausente: ausente en cuanto que dejó la tierra, presente en cuanto a que no dejó al alma fiel. Como él mismo dice: “El mundo no me verá más, pero vosotros me veréis” (Jn 14,19).

 

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