Alégrense porque tendrán una gran recompensa en el cielo

Alégrense porque tendrán una gran recompensa en el cielo

Evangelio según San Mateo 5,1-12

Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo: Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Felices los afligidos, porque serán consolados. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.

Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.

Comentario  del Evngelio

“Bienaventurados los locos, porque de ellos es el reino de los sueños. Y bienaventurado el que no cambia el sueño de su vida por el pan de cada día”. Esta frase de Facundo Cabral, cantautor argentino, parece situarnos lejos del Evangelio. Sin embargo, podría servir como inspiración, porque ser felices con lo que Jesús propone no deja de ser “de locos”. No por un problema mental, sino porque somos capaces de embarcarnos en lo que, a veces, se considera como necedad o falta de picardía en este mundo. Y más locura aún es permanecer en estos sueños de Dios a cambio de nada y ser felices. Bienaventurados, felices, dichosos, ¿quiénes son? Los que se han encontrado con Jesús, ya que solamente Él es la gran Bienaventuranza, la primera y la única; por ello, quien se encuentra con Él tiene todo y da todo.

Lecturas del día

Carta II de San Pablo a los Corintios 1,1-7

Pablo, Apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Timoteo, saludan a la Iglesia de Dios que reside en Corinto, junto con todos los santos que viven en la provincia de Acaya. Llegue a ustedes la gracia y la paz que proceden de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo. Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos reconforta en todas nuestras tribulaciones, para que nosotros podamos dar a los que sufren el mismo consuelo que recibimos de Dios.

Porque así como participamos abundantemente de los sufrimientos de Cristo, también por medio de Cristo abunda nuestro consuelo. Si sufrimos, es para consuelo y salvación de ustedes; si somos consolados, también es para consuelo de ustedes, y esto les permite soportar con constancia los mismos sufrimientos que nosotros padecemos. Por eso, tenemos una esperanza bien fundada con respecto a ustedes, sabiendo que si comparten nuestras tribulaciones, también compartirán nuestro consuelo.

Salmo 34(33),2-3.4-5.6-7.8-9

Bendeciré al Señor en todo tiempo,
su alabanza estará siempre en mis labios.
Mi alma se gloría en el Señor:
que lo oigan los humildes y se alegren.

Glorifiquen conmigo al Señor,
alabemos su Nombre todos juntos.
Busqué al Señor: El me respondió
y me libró de todos mis temores.

Miren hacia El y quedarán resplandecientes,
y sus rostros no se avergonzarán.
Este pobre hombre invocó al Señor:
El lo escuchó y lo salvó de sus angustias.

El Ángel del Señor acampa
en torno de sus fieles, y los libra.
¡Gusten y vean qué bueno es el Señor!
¡Felices los que en El se refugian!

Comentario de san Juan Clímaco (c. 575-c. 650)   La Santa Escala

De la mansedumbre y de la ausencia de cólera. Si la marca de la suprema mansedumbre es la de conservar un corazón lleno de serenidad y de caridad hacia aquél que nos ha ofendido en su presencia, ciertamente la marca de la cólera es el de continuar peleándose y dejándose llevar por medio de palabras y gestos contra aquel que nos contradijo, en su ausencia y cuando estamos solos. El comienzo de esta victoria sobre la cólera es el silencio de los labios cuando el corazón está agitado; el progreso se ve marcado por el silencio de los pensamientos ante una simple perturbación del alma; y la perfección es la serenidad imperturbable del alma ante el soplo de los vientos impuros.

La mansedumbre es un estado inmóvil que permanece igual a ella misma tanto ante las humillaciones como ante las alabanzas. Si el Espíritu Santo es llamado la paz del alma, porque en efecto lo es, y si la cólera es llamada la perturbación del corazón, y también lo es, nada se opone tanto a la venida en nosotros del primero que la cólera.

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