Al verlo le rogaron que se fuera de su territorio

Al verlo le rogaron que se fuera de su territorio

Evangelio según San Mateo 8,28-34

Cuando Jesús llegó a la otra orilla, a la región de los gadarenos, fueron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros. Eran tan feroces, que nadie podía pasar por ese camino. Y comenzaron a gritar: ¿Que quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo? A cierta distancia había una gran piara de cerdos paciendo. Los demonios suplicaron a Jesús: Si vas a expulsarnos, envíanos a esa piara. El les dijo: Vayan. Ellos salieron y entraron en los cerdos: estos se precipitaron al mar desde lo alto del acantilado, y se ahogaron. Los cuidadores huyeron y fueron a la ciudad para llevar la noticia de todo lo que había sucedido con los endemoniados. Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, al verlo, le rogaron que se fuera de su territorio.

Comentario del Evangelio

Impresiona escuchar la pregunta de los endemoniados a Jesús: “¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios?”. No sólo es una pregunta de los endemoniados. En la reacción de la gente de la ciudad ante Jesús, solicitándole que dejase su territorio, estamos ante la misma pregunta. No sólo ellos. Nosotros mismos, cuando ponemos nuestros intereses por delante del reino de Dios y de su crecimiento, hacemos la misma pregunta para que Jesús se aparte de nuestra vida. Cuando nos ponemos a hacer cuentas de lo que ganamos y perdemos por tomar nuestra cruz todos los días para seguir a Jesús, terminamos dándole la espalda. Cerrar la puerta de nuestro corazón es más fácil de lo que pensamos.

Lecturas del dia

Libro de Amós 5,14-15.21-24

Busquen el bien y no el mal, para que tengan vida, y así el Señor, Dios de los ejércitos, estará con ustedes,como ustedes dicen. Aborrezcan el mal, amen el bien, y hagan triunfar el derecho en la Puerta: tal vez el Señor, Dios de los ejércitos, tenga piedad del resto de José.

Yo aborrezco, desprecio sus fiestas, y me repugnan sus asambleas. Cuando ustedes me ofrecen holocaustos, no me complazco en sus ofrendas ni miro sus sacrificios de terneros cebados. Aleja de mí el bullicio de tus cantos, no quiero oír el sonido de tus arpas. Que el derecho corra como el agua, y la justicia como un torrente inagotable.

Salmo 50(49),7.8-9.10-11.12-13.16bc-17

“Escucha, pueblo mío, yo te hablo;
Israel, voy a alegar contra ti:
yo soy el Señor, tu Dios.

No te acuso por tus sacrificios:
¡tus holocaustos están siempre en mi presencia!
Pero yo no necesito los novillos de tu casa
ni los cabritos de tus corrales.

Porque son mías todas las fieras de la selva,
y también el ganado de las montañas más altas.
Yo conozco los pájaros de los montes
y tengo ante mí todos los animales del campo.

Si tuviera hambre, no te lo diría,
porque es mío el mundo y todo lo que hay en él.
¿Acaso voy a comer la carne de los toros
o a beber la sangre de los cabritos?

“¿Cómo te atreves a pregonar mis mandamientos
y a mencionar mi alianza con tu boca,
tú, que aborreces toda enseñanza
y te despreocupas de mis palabras?

Sermón de san Bernardo (1091-1153)   Dos poseídos salieron del cementerio a su encuentro

“Con él estaré en la tribulación, dice el Señor… lo defenderé, lo glorificaré (Sal. 90,15); mis delicias están con los hijos de los hombres” (Pr 8,31). Le pondrán por nombre Emmanuel, que significa Dios con nosotros (Mt 1,23)… Descendió para ser acogido por aquellos corazones desamparados, para estar con nosotros en nuestra tribulación. Pero vendrá un día en que “seremos llevados con ellos entre nubes al encuentro del Señor, para estar con el Señor para siempre ” (1Ts 4,17), no obstante si nos esforzamos en tenerle siempre con nosotros como compañero de camino, él nos dará a cambio la patria. Mejor: entonces él mismo será nuestra patria, con tal que ahora sea nuestro camino.

Pues es bueno para mí, Señor, estar atribulado, con tal que tú estés allí conmigo; esto me vale más que reinar sin ti, que regocijarme sin ti, estar sin ti en la gloria. Es mejor para mí estrecharme junto a ti en el desamparo, tenerte conmigo en el crisol, que estar sin ti, hasta en el mismo cielo. En efecto, “¿qué deseo en el cielo y qué deseo sobre la tierra si no a tí?” (Sal. 72,25) “El oro se prueba en el horno, y a las personas justas en la tribulación” (Si 2,5). Tú estás en medio de los que se reúnen en tu nombre, como en otro tiempo con los tres jóvenes en el horno de Babilonia (Dn 3,92)… ¿Por qué pues tememos?… “¿Si Dios está con nosotros, quién estará contra nosotros?” (Rm 8,31) Si Dios nos libera de las manos de nuestros enemigos, quién podrá apartarnos de sus manos?

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