Adorarás al Señor tu Dios y a él solo rendirás culto

Adorarás al Señor tu Dios y a él solo rendirás culto

Evangelio según San Mateo 4,1-11

Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio. Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre.  Y el tentador, acercándose, le dijo: “Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes. Jesús le respondió: Está escrito: El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Luego el demonio llevó a Jesús a la Ciudad santa y lo puso en la parte más alta del Templo diciéndole: “Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito:

Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra. Jesús le respondió: También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios. El demonio lo llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos del mundo con todo su esplendor, y le dijo: Te daré todo esto, si te postras para adorarme. Jesús le respondió: Retírate, Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto. Entonces el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo.

Comentario del Evangelio

El Espíritu llevó a Jesús al desierto para que el diablo le pusiera a prueba

Las tres tentaciones de Jesús sintetizan las turbulencias básicas comunes a toda existencia humana. En la primera, Jesús explica que lo más importante para el ser humano no se reduce a la lucha por la supervivencia: la vida está llamada a ser más. La segunda tentación es la de querer someter a Dios a las condiciones que consideramos necesarias para creer en él. Jesús nos revela que a Dios se llega por la confianza, por eso, Jesús no se tira del pináculo del templo sino que se queda en la cruz. Por último, la tentación del poder. Un cristiano tiene que preguntarse siempre no sólo “qué hago con el poder que me ha sido confiado” sino también “en qué me convierte”.

Lecturas del  día 

Libro de Génesis 2,7-9.3,1-7

El Señor Dios modeló al hombre con arcilla del suelo y sopló en su nariz un aliento de vida. Así el hombre se convirtió en un ser viviente. El Señor Dios plantó un jardín en Edén, al oriente, y puso allí al hombre que había formado. Y el Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles, que eran atrayentes para la vista y apetitosos para comer; hizo brotar el árbol del conocimiento del bien y del mal. La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que el Señor Dios había hecho, y dijo a la mujer: ¿Así que Dios les ordenó que no comieran de ningún árbol del jardín? La mujer le respondió: Podemos comer los frutos de todos los árboles del jardín. Pero respecto del árbol que está en medio del jardín, Dios nos ha dicho:

No coman de él ni lo toquen, porque de lo contrario quedarán sujetos a la muerte. La serpiente dijo a la mujer: No, no morirán. Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal.Cuando la mujer vio que el árbol era apetitoso para comer, agradable a la vista y deseable para adquirir discernimiento, tomó de su fruto y comió; luego se lo dio a su marido, que estaba con ella, y él también comió. Entonces se abrieron los ojos de los dos y descubrieron que estaban desnudos. Por eso se hicieron unos taparrabos, entretejiendo hojas de higuera.

Salmo 51(50),3-4.5-6a.12-13.14.17

¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad,
por tu gran compasión, borra mis faltas!
¡Lávame totalmente de mi culpa
y purifícame de mi pecado!

Porque yo reconozco mis faltas
y mi pecado está siempre ante mí.
Contra ti, contra ti sólo pequé
Crea en mí, Dios mío, un corazón puro,

y renueva la firmeza de mi espíritu.
No me arrojes lejos de tu presencia
ni retires de mí tu santo espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación,

que tu espíritu generoso me sostenga:
Abre mis labios, Señor,
y mi boca proclamará tu alabanza.

Carta de San Pablo a los Romanos 5,12-19

Hermanos: Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron. En efecto, el pecado ya estaba en el mundo, antes de la Ley, pero cuando no hay Ley, el pecado no se tiene en cuenta. Sin embargo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso en aquellos que no habían pecado, cometiendo una transgresión semejante a la de Adán, que es figura del que debía venir. Pero no hay proporción entre el don y la falta. Porque si la falta de uno solo provocó la muerte de todos, la gracia de Dios y el don conferido por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, fueron derramados mucho más abundantemente sobre todos.

Tampoco se puede comparar ese don con las consecuencias del pecado cometido por un solo hombre, ya que el juicio de condenación vino por una sola falta, mientras que el don de la gracia lleva a la justificación después de muchas faltas. En efecto, si por la falta de uno solo reinó la muerte, con mucha más razón, vivirán y reinarán por medio de un solo hombre, Jesucristo, aquellos que han recibido abundantemente la gracia y el don de la justicia. Por consiguiente, así como la falta de uno solo causó la condenación de todos, también el acto de justicia de uno solo producirá para todos los hombres la justificación que conduce a la Vida. Y de la misma manera que por la desobediencia de un solo hombre, todos se convirtieron en pecadores, también por la obediencia de uno solo, todos se convertirán en justos.

Enseñanza de Hesiquio el Sinaíta o de Batos , Monje  El combate interior

Nuestro Maestro y Dios encarnado nos ha dado un modelo de todas las virtudes (cf. 1 Pe 2,21), un ejemplo para la raza de los hombres y nos ha hecho retornar de la antigua caída, personificando la vida virtuosa en la condición de su carne. Nos ha revelado todas las obras buenas y es con ellas que ha subido al desierto, después del bautismo. En el desierto, comenzó el combate de la inteligencia con el ayuno, cuando el diablo se le aproximó como a un simple hombre (cf. Mt 4,3). Con la forma cómo ha vencido, el Maestro nos enseñó a nosotros también cómo llevar la lucha contra los espíritus del mal: en la humildad, el ayuno, la oración (Mt 17,21), la sobriedad y la vigilancia. Él mismo no tenía ninguna necesidad de todo eso. Porque él es Dios y Dios de los dioses. (…)

El que emprende el combate interior, cada instante debe blandir estos cuatro elementos: humildad, extrema atención, refutación y oración. La humildad, porque el combate lo opone a los demonios orgullosos y con ella tendrá la ayuda de Cristo a portada del corazón, ya que “el Señor se burla de los orgullosos” (Prov 3,34). Una extrema atención, con el fin de guardar siempre el corazón puro de pensamientos, mismo si ellos parecen buenos. La refutación, para contestar enseguida con cólera al maligno, en cuanto lo ve venir. Dice el salmista: “Responderé a quienes me ultrajan. ¿Mi espíritu no estaría sumiso a Dios?” (cf. Sal 62 (61), 2). La oración, para gritar hacia Cristo con “gemidos inefables” (Rom 8,24) después de la refutación. Entonces, el que combate verá al enemigo disiparse, con la aparición de su imagen como polvo al viento o humo que se disipa, rechazado por el Nombre adorable de Jesús. (…)

Que el alma ponga su confianza en Cristo, lo invoque y no tenga miedo. Ella no combate sola sino con el terrible Rey, Jesucristo, Creador de todos los seres, corporales e incorporales, es decir, visibles e invisibles.

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