El matrimonio es una vocación que se debe vivir desde el amor

El matrimonio es una vocación que se debe vivir desde el amor

Evangelio según San Mateo 5,27-32

En aquel tiempo dijo Jesús: Habéis oído que antes se dijo: No cometas adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira con codicia a una mujer ya cometió adulterio con ella en su corazón. Por tanto, si tu ojo derecho te hace caer en pecado, sácalo y échalo lejos de ti; mejor es que pierdas una sola parte del cuerpo y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha te hace caer en pecado, córtala y échala lejos de ti; mejor es que pierdas una sola parte del cuerpo y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. También se dijo: Cualquiera que se separe de su esposa deberá darle un certificado de separación. Pero yo os digo que todo aquel que se separa de su esposa, a no ser en caso de inmoralidad sexual, la pone en peligro de cometer adulterio. Y el que se casa con una mujer separada también comete adulterio.

Comentario del Evangelio

Vivir desde el amor. Mirar a la persona es un acto de reconocimiento del “otro” como imagen y semejanza de Dios, pero si no dirigimos la mirada desde el amor, la bondad o el corazón de Cristo, dañamos su plan de vida en nosotros. No se trata de quedarnos ciegos y mutilados, sino de corresponder con fidelidad al plan que Él nos ha confiado. El matrimonio es una vocación que se debe vivir desde el amor, no desde el engaño y la mentira que lleva a la separación y al divorcio que tanto dolor puede causar en las personas. La Iglesia debe acompañar y ayudar a sanar las heridas que esta realidad deja en nuestros hermanos.

Lecturas del día

Segunda carta de San Pablo a los Corintios 4,7-15

Hermanos: Nosotros llevamos un tesoro en recipientes de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios. Estamos atribulados por todas partes, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aniquilados. Siempre y a todas partes, llevamos en nuestro cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Y así aunque vivimos, estamos siempre enfrentando a la muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal.

De esa manera, la muerte hace su obra en nosotros, y en ustedes, la vida. Pero teniendo ese mismo espíritu de fe, del que dice la Escritura: Creí, y por eso hablé, también nosotros creemos, y por lo tanto, hablamos. Y nosotros sabemos que aquel que resucitó al Señor Jesús nos resucitará con él y nos reunirá a su lado junto con ustedes. Todo esto es por ustedes: para que al abundar la gracia, abunde también el número de los que participan en la acción de gracias para gloria de Dios.

Salmo 116(115),10-11.15-16.17-18

Tenía confianza, incluso cuando dije:
“¡Qué grande es mi desgracia!”.
Yo, que en mi turbación llegué a decir:
“¡Los hombres son todos mentirosos!”.

¡Qué penosa es para el Señor
la muerte de sus amigos!
Yo, Señor, soy tu servidor,
tu servidor, lo mismo que mi madre:

por eso rompiste mis cadenas.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
e invocaré el nombre del Señor.
Cumpliré mis votos al Señor,

en presencia de todo su pueblo.

Comentario de san Ireneo de Lyon (c. 130-c. 208)  Ya no os llamo siervos, sino amigos (Jn 15,15)

La Ley fue promulgada primeramente para esclavos, a fin de educar al alma a través de las cosas exteriores y corporales, conduciéndola, en cierta manera, como con una cadena hacia la docilidad a los mandamientos, para que el hombre aprendiera a obedecer a Dios. Pero el Verbo de Dios liberó al alma; le enseño, de manera voluntaria, a purificar libremente también el cuerpo. Desde entonces era necesario hacer saltar las cadenas de la servidumbre gracias a las cuales el hombre se había podido formar y en adelante sirviera a Dios sin cadenas. Pero al mismo tiempo que se comprendían los preceptos de la libertad, era preciso reforzar la sumisión al Rey, para que nadie no se hiciera atrás y se mostrara indigno de su Libertador…

Por eso el Señor nos dio por contraseña, en lugar de no cometer adulterio, incluso no codiciar; en lugar de no matar, ni tan sólo ponernos coléricos; en lugar de simplemente pagar el diezmo, distribuir todos los bienes a los pobres; amar no solamente a nuestros prójimos, sino también a nuestros enemigos; no tan sólo ser «generosos y prontos a compartir» (1Tm 6,18), sino más aún, dar gratuitamente nuestros bienes a los que nos los quitan…

Nuestro Señor, pues, la Palabra de Dios, primero comprometió a los hombres a una servidumbre para con Dios y después liberó a los que le estaban sometidos. Como él mismo lo dice a sus discípulos: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15,15)… Haciendo de sus discípulos los amigos de Dios, nos muestra claramente que él es el Verbo, la Palabra de Dios. Porque es por haber seguido su llamada espontáneamente y sin cadenas, en la generosidad de su fe, que Abraham llegó a ser «amigo de Dios» (St 2,23; Is 41,8).

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