Vieron a Jesús caminando sobre el mar y se asustaron

Vieron a Jesús caminando sobre el mar y se asustaron

Evangelio según san Juan 6, 16-21

Al oscurecer, los discípulos de Jesús bajaron al mar, embarcaron y empezaron la travesía hacia Cafarnaún. Era ya noche cerrada, y todavía Jesús no los había alcanzado; soplaba un viento fuerte, y el lago se iba encrespando. Habían remado unos veinticinco o treinta estadios, cuando vieron a Jesús que se acercaba a la barca, caminando sobre el mar, y se asustaron. Pero él les dijo: «Soy yo, no temáis». Querían recogerlo a bordo, pero la barca tocó tierra en seguida, en el sitio a donde iban.

Varias lecciones se desprenden de este texto. 1) En la primitiva Iglesia ya había conflictos: inevitablemente los creyentes han tenido dificultades desde el principio, pero éstas coexistían con una preocupación entusiasta por evangelizar; 2) Asimismo desde los comienzos se proveyó de ‘ministros’ a la comunidad, para una labor constante de servicio a las necesidades de los hermanos; 3) Se vivía una confianza fundamental en el Espíritu, a sabiendas de que, sin él, la tarea evangelizadora sería estéril. Es Jesús quien lleva a buen puerto a la Iglesia en la tarea que le ha sido confiada. Hoy nos preguntamos:

¿Cómo afrontamos nosotros los conflictos internos y las dificultades de todo tipo que nos salen al encuentro en la tarea de la evangelización?

¿Confiamos en Jesús y en su Espíritu, o nos desalentamos y nos desentendemos de esa labor insoslayable?

¿Seguimos evangelizando a pesar de todo?

Comentario del Evangelio

Todo lo que se relata en el evangelio ocurre “en la noche”, en medio de tormentas y movimientos que no deseamos y que nos asustan e inquietan. Nosotros podemos compararlo con la barca de nuestra vida, de nuestra familia, con la noche que significa la ausencia de Jesús y que encontramos en los diversos acontecimientos de nuestra vida. Cuántas situaciones hay en la vida personal y en la vida de la Iglesia que no comprendemos, que nos desconciertan y asustan. En medio de todo esto, surge la ternura de la voz de Jesús, que nos dice “no teman”. Él sigue diciéndonos que no temamos, que afrontemos la novedad y aquello que nos desconcierta, con la certeza de que Él está cerca y nos guía con seguridad a nuestra meta hacia la vida eterna. Él está ahí, con nosotros y en nosotros. De este modo, no hay lugar para el temor. Hoy nos preguntamos:

¿Ante qué realidades o situaciones el Señor me dice que no tema?

¿Cuáles son los mares agitados que hoy me toca enfrentar?

¿Siento en mi vida la presencia de Jesús?

Lecturas del día

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 6, 1-7

En aquellos días, al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea, porque en el servicio diario no se atendía a sus viudas. Los Doce convocando a la asamblea de los discípulos, dijeron: «No nos parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos del servicio de las mesas. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea: nosotros nos dedicaremos a la oración y al serviciode la palabra». La propuesta les pareció bien a todos y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía, Se los presentaron a los apóstoles y ellos les impusieron las manos orando.

La palabra de Dios iba creciendo, y en Jerusalén se multiplicaba el número de discípulos; incluso muchos sacerdotes aceptaban la fe.

Sal 32, 1-2. 4-5. 18-19

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.

Aclamad, justos, al Señor,
que merece la alabanza de los buenos.
Dad gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas.

La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra.

Los ojos del Señor están puestos en quien lo teme,
en los que esperan su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre.

Reflexión del Evangelio de hoy   Afrontar los conflictos eclesiales con confianza en el Espíritu

La naciente comunidad creyente comienza a tener problemas en su seno. Sus componentes, aun siendo todos ellos judíos, difieren en su procedencia: unos no han dejado Palestina (“los de lengua hebrea”), mientras otros han vivido en la diáspora helenista (“los de lengua griega”). Entre los más necesitados solían estar siempre las viudas; en este caso, hay quejas porque parece que las del grupo helenista no eran tan bien atendidas como las otras. Es necesario atajar el conflicto, porque eso influye en la eficacia de la evangelización.

Los apóstoles (los Doce) proponen elegir a algunos hombres (el número de siete es probablemente simbólico, y sus nombres son todos griegos) para que se encarguen de atender a las necesidades materiales del grupo discriminado. Una elección respaldada por la comunidad, aunque presidida por los apóstoles, que se sienten llamados preferentemente a la oración y a la predicación. A los elegidos se les ha llamado ‘diáconos’ por haber sido designados para desempeñar un ‘servicio’ (una ‘diaconía’), aunque seguramente no se limitarán a lo material, ya que algunos aparecen más adelante ejerciendo también la predicación.

Se pone especial empeño en que sean “llenos de Espíritu”, ya que es el Espíritu el que va a impulsar su labor tanto administrativa como misionera. El fruto de esa labor será el crecimiento de la comunidad, que el autor sagrado contempla con optimismo.

Varias lecciones se desprenden de este texto. 1) En la primitiva Iglesia ya había conflictos: inevitablemente los creyentes han tenido dificultades desde el principio, pero éstas coexistían con una preocupación entusiasta por evangelizar; 2) Asimismo desde los comienzos se proveyó de ‘ministros’ a la comunidad, para una labor constante de servicio a las necesidades de los hermanos; 3) Se vivía una confianza fundamental en el Espíritu, a sabiendas de que, sin él, la tarea evangelizadora sería estéril.

Afirmar la presencia de Jesús en las dificultades de la evangelización

El evangelio de Juan destaca con frecuencia la soberanía de Jesús, que es el Señor. En esta ocasión se pone de manifiesto simbólicamente cómo la Iglesia experimenta dificultades en su marcha por el mundo –como los discípulos en la travesía del lago-, que generan muchas veces un desaliento generalizado. Sólo la presencia de Jesús –“soy yo”, dice para identificarse- puede traer calma y confianza a la comunidad; a diferencia de los sinópticos, aquí Jesús no sube a la barca, basta con su presencia divina para dominar lo comprometido de la situación.

Es Jesús quien lleva a buen puerto a la Iglesia en la tarea que le ha sido confiada. La primera lectura de hoy nos hablaba de un conflicto concreto en el seno de la comunidad cristiana dedicada a la evangelización. Y nos enseñaba cómo habían reaccionado los hermanos ante ese problema: procediendo a un discernimiento comunitario, presidido por la confianza en el Espíritu. El evangelista nos habla, más en general, de que la Iglesia se enfrenta a los diversos obstáculos que entraña su tarea en el mundo. Para superarlos eficazmente es necesario recurrir al Señor y confiar en el poder de su amor misericordioso. Lo que Jesús representa para sus discípulos en el evangelio lo representa el Espíritu de Jesús en la continuidad de la historia cristiana.

¿Cómo afrontamos nosotros los conflictos internos y las dificultades de todo tipo que nos salen al encuentro en la tarea de la evangelización?

¿Confiamos en Jesús y en su Espíritu, o nos desalentamos y nos desentendemos de esa labor insoslayable?

Varias lecciones se desprenden de este texto. 1) En la primitiva Iglesia ya había conflictos: inevitablemente los creyentes han tenido dificultades desde el principio, pero éstas coexistían con una preocupación entusiasta por evangelizar; 2) Asimismo desde los comienzos se proveyó de ‘ministros’ a la comunidad, para una labor constante de servicio a las necesidades de los hermanos; 3) Se vivía una confianza fundamental en el Espíritu, a sabiendas de que, sin él, la tarea evangelizadora sería estéril. Es Jesús quien lleva a buen puerto a la Iglesia en la tarea que le ha sido confiada. Hoy nos preguntamos:
¿Cómo afrontamos nosotros los conflictos internos y las dificultades de todo tipo que nos salen al encuentro en la tarea de la evangelización?
¿Confiamos en Jesús y en su Espíritu, o nos desalentamos y nos desentendemos de esa labor insoslayable?
¿Seguimos evangelizando a pesar de todo?

 

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